FRATELLI TUTTI: ¿Una salida política frente la crisis de la pandemia?

Por Sofía Luz Rozen Mansilla – Estudiante avanzada de la Lic. en Ciencia Política y Gobierno, Universidad Nacional de Lanús. Militante del Frente Universitario Megafón


“Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado.”  (Francisco I, 2020)

La pandemia del COVID-19 ha presentado múltiples desafíos a los países del mundo,  no sólo por la situación sanitaria, sino además por la crisis financiera que la acompañó. En este contexto, uno de los mayores problemas a resolver es el orden sociopolítico que dejará la pandemia, incluyendo los valores y principios que orientarán nuestras formas de convivencia. El dilema actual es si el orden resultante de la pandemia implicará un incremento aún mayor de los niveles de desigualdad ya existentes –donde el 1% de la población concentra más riquezas que el 99% restante bajo lógicas individuales y formas de producción que explotan los escasos recursos naturales–, o si se dará lugar a un nuevo paradigma que nos permita desarrollarnos como humanidad bajo lógicas de cooperación y solidaridad entre los países.

En un mundo donde la tendencia hegemónica mundial es el neoliberalismo, el individualismo, el “sálvese quien pueda”, donde surgen partidos y tendencias anti sistema que solo bastardean la política, Francisco presenta “Fratelli Tutti”, la decimocuarta encíclica social de la iglesia católica. Se trata de ocho capítulos donde propone nuevas formas de convivencia de la humanidad toda, guiados por el modelo del buen samaritano, buscando el bien común, con una posición de fraternidad con los migrantes, advirtiendo sobre los costos de la guerra y llamando al diálogo y la reconciliación para buscar la paz. Hermanos todos es una nueva propuesta de vida y de gobierno, frente a un mundo que atraviesa una crisis de valores y que se ve obligado a salir mejor que antes de la realidad en la que entró, ya que si no lo logra solo profundizará la crisis actual.

El mundo actual, un mundo cerrado

Francisco, en el primer capítulo de Fratelli Tutti, explicita las tendencias actuales que imposibilitan el desarrollo de una fraternidad universal. Entre ellas, se encuentran los discursos políticos que bajo un supuesto interés nacional irradian egoísmo. Son discursos políticos de odio que buscan generar una constante disconformidad en la sociedad.

Muchas veces, estos mismos discursos son utilizados por fuerzas antisistema, llevando los enojos y las tristezas actuales a un lugar de odio por la política, a pesar de ser la única herramienta desde la cual se pueden solucionar los problemas de nuestras sociedades.

Francisco es completamente consciente del rol decisivo del Estado en la construcción de un mundo fraterno, pero no ignora que el Estado no puede por sí mismo, sino que es necesario que construyamos el “nadie se salva solo” en comunidad, porque solamente mediante la labor conjunta es que se pueden llegar a reconstruir los tejidos sociales. Entiende que el Estado también se construye en conjunto y no es una institución exógena a la sociedad.

Para que el pueblo tome este nivel de compromiso es importante que este conozca su historia, que conozca su origen, y no caiga en la falsa premisa de la libertad humana propuesta por el liberalismo, en donde cada uno puede (y debe) deconstruirse y construirse desde cero, dejando únicamente en pie la pulsión de deseo y la necesidad de consumir sin límites. Distintas ideologías han jugado con la negación de la historia propia, para destruir aquello que es distinto o ajeno a lo socialmente aceptable o deseable. Fermín Chávez ya nos había advertido sobre esta forma de operar del liberalismo, en el que busca hacer “tabla rasa” de toda historia que considere “barbárica”.

Es preciso, en un mundo donde la única enseñanza que parece estar dejando la pandemia es que no se puede planificar en el largo plazo, hacer contracultura y apostar por los grandes proyectos para el desarrollo de toda la humanidad. Solo de esta forma se construye un “nosotros” sólido que pueda hacerse cargo de nuestra “casa común”.

La humanidad es frágil, el Covid-19 nos lo ha demostrado de la forma más cruda posible poniéndonos cara a cara con la muerte, pero también encerrándonos en nuestros pequeños mundos virtuales, donde lo único que existe es una pantalla, y no hay verdades sólidas. Todo es efímero, si no me gusta lo cierro o lo insulto, si algo no es todo lo que esperaba que fuera “se cancela”, y ninguna idea puede ser más larga que un hilo de Twitter. Perón decía, “El hombre puede desafiar cualquier mudanza si se halla armado de una sólida verdad” (Peron, 1949), volver a dotar a nuestros pueblos de una máxima verdad, de una moral alta y sólida es algo indispensable para enfrentar a esta modernidad líquida que nos atraviesa.

Imagen: Factor Francisco

El amor y la ternura como categorías políticas: La parábola del buen samaritano

La parábola del buen samaritano nos muestra como aquel que era peor visto (el samaritano) es el único que ayuda a un hombre que había sido ultrajado en medio del desierto. El samaritano lo recoge, lo limpia, lo lleva a un buen lugar y cubre todos sus gastos sin buscar nada a cambio, solo el bienestar de a quien reconoció como su hermano

Con esta parábola, Francisco pone sobre la mesa el amor y la ternura como categorías políticas, para pensar a través de ellas nuevas formas de política y un mundo fraterno: pensar la política desde el amor al otro, desde la construcción con los otros por más que no sean iguales a mí.

En un mundo donde uno de los problemas latentes es la distribución de la riqueza, donde hay un 1% más rico que el 99% restante, es preciso planificar desde el cuidado de la comunidad (y por tanto la casa común), y llevar adelante grandes planes que permitan el desarrollo próspero de la humanidad, y esto sólo puede llevarse adelante si a estos planes los atraviesa el espíritu del buen samaritano.

La fe en el hombre, en este sentido, es fundamental. La mirada humanista, característica de la Doctrina Social de la Iglesia, es central para este proceso. "La virtud del egoísmo” no puede ser jamás el norte a seguir, en una sociedad que atraviesa una profunda crisis de valores, la única forma de recomponerla es inculcando más valores: apostando al bien y la construcción común. 

Esto no es, bajo ninguna circunstancia, una mirada inocente de la política: eso es lo que el liberalismo y la modernidad tardía nos han instalado, que cualquier forma de solidaridad es “débil”, que no sirve, y en todo caso, si la ha usado, es con fines individualistas. Una apuesta a la ternura en la política requiere de una firmeza contundente.

El todo es superior a las partes: realizarse en comunidad

En esta categoría política de la ternura existe un condicionante: que siempre hay otro. Es imposible llegar a una realización individual si no es comunitaria, si no es frente a mis hermanos.

Es inaceptable que las ideas del derecho a la libertad de empresa, de mercado, o individual, se pisen con las libertades de los pueblos, con la dignidad de los pobres, o el respeto por el medio ambiente. Esto no es tan simple como parece, no es tan sencillo como “mis derechos acaban donde terminan los de los demás”, sino es buscar que mis derechos y los de los demás estén en profunda armonía. Esto va de la mano con la función social de la propiedad, si alguien se apropia de algo, solo puede ser si es para administrarlo por el bien de todos.

Francisco nos invita a construir en un mundo abierto, no en clave de la globalización, que dice interconectarnos pero solo logra aislarnos, sino hermanándonos entre naciones. no se puede construir la fraternidad en un mundo tendiente a la exclusión del inmigrante y a la guerra, es indispensable comprender que solo se tendrá prosperidad cuando todos la tengan. 

Sin embargo, el sumo pontífice, advierte que esto no es un universalismo abstracto que busca homogeneizar, sino que es desde la diversidad que se puede y se debe aportar al proyecto común. Es aprender a construir la paz sin necesidad de ser todos iguales. La mera suma de las individualidades es incapaz de generar una realidad mejor, es únicamente tejiendo redes que podremos superar las diferencias para que el producto final no sea de suma cero.

La realidad es más importante que la idea: la política puesta al servicio del bien común

Para poder hablar del bien común, debemos poder hablar de Pueblo, sin caer en la categoría de “populismo” que busca esconder a la otra. Es a partir y desde el pueblo que se pueden pensar y construir proyectos comunes, es aquello que otorga identidad, que da cuenta de un pasado, un presente y un futuro común: hay lazos sociales y culturales que se han forjado con el tiempo, como resultado de un proceso lento y difícil.

La buena política será aquella que logre interpretar esta expresión popular, que logre traducir ese sentir, y no busque solo una aprobación en el corto plazo. Es preciso avanzar junto con el pueblo en esa construcción común de un sentir, de una identidad, de una cultura política. En este sentido, la política es la que debe dirigir el resto de las áreas, es preciso una política cada vez más amplia, que pueda dialogar con el resto de las disciplinas. Es preciso apostar por una política que construya a largo plazo, genere la estructura y los cimientos necesarios para dar las peleas siguientes; que comprenda que la realidad es más importante que la idea, y por tanto no busque tener razón sino el bienestar común.

La cultura del encuentro: compartimos una misma fe

Ya mencionamos la importancia de la realización en comunidad y los lazos fraternos, pero un paso importante del que no hablamos es el encuentro: para poder llegar al amor de mi hermano, para construir en conjunto, para pensar en formas de construcción a largo plazo y en comunidad, es preciso el encuentro con los otros.

En este encuentro, lo importante es el verdadero diálogo: no los monólogos de las redes sociales. No la cancelación del otro en cuanto un solo aspecto de su vida no está a la “altura” de mis parámetros, no un hilo de Twitter sin intercambios, sino la capacidad de dar y recibir, abiertos a la verdad. Un intercambio que comprometa a cada uno, que colabore con  una base sólida necesaria para cualquier tipo de construcción comunitaria,  en contraposición a monólogos oportunistas y sin compromiso.

En esa cultura del encuentro toma forma el poliedro del que habla Francisco, con muchas facetas, pero que forma una sola unidad cargada de matices. Eso es que las contradicciones convivan y sepan enriquecerse entre sí, dando solidez, estructura, aunque implique múltiples discusiones. Rodolfo Kusch define a la cultura como la estrategia de permanecer en un lugar: nuestra estrategia para permanecer en este mundo, para permanecer unidos, es el encuentro entre nosotros.

Salir de la pandemia no es solo salir de la crisis sanitaria, y mejorar el sistema de salud actual o recuperar los valores de la economía de principios de 2020,  también debe ser salir de la pandemia espiritual: encontrar una opción al individualismo, sin llegar a un colectivismo donde nuestra unión sea una mera suma de las partes.

Francisco propone una tercera vía, en la que las diferencias, la ternura y el encuentro con el otro es lo que nos permitirá sobrellevar el abandono total al que se han sometido nuestras almas durante todo este tiempo. Esta es la propuesta de Francisco, y es su invitación a pensar una política superadora a la que ya conocemos.


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