Algunos considerandos respecto a las reivindicaciones y el heroísmo

Por Agustín Videla
Secretario de Formación Política - Responsable del Frente de Secundarios Peronistas 
Peronismo Militante Laferrere



    En los ámbitos de debate, discusión e intercambio (y sobre todo si se trata de una conversación qué discurre en el mundo de las ideas) uno suele cruzarse, más temprano que tarde, con las reivindicaciones, qué si bien no aparecen siempre de un modo lineal, explícito, están ahí. Las citas textuales, las anécdotas y todo lo qué traiga a un tercero imaginario a la conversación qué llevamos a cabo puede decirse que es una arista más del género reivindicativo, incluso si lo traemos a la mesa solo para disertar o refutar la idea. Darle un marco de existencia a las ideas, ya sea estando a favor o en contra, implica en cierta forma, una declaración de principios. 


    Lo más sorprendente es cuando esto se da de forma tácita. Borges decía en ocasión de una conferencia sobre el poeta Almafuerte qué las influencias están ahí, aunque se ignoren por completo y aunque no sea la búsqueda principal del texto. La obra es superior al artista y en el momento en qué se expone al mundo, está permeable a las interpretaciones, a las lecturas varias y empieza, de a poco, a ser influenciada no sólo por otros autores, sino además por el paso del tiempo y las generaciones.


    Hoy he venido a charlar sobre el heroísmo de la reivindicación. Habrá de decirse, en primer término, que la reivindicación demuestra cierto gesto de humildad por parte del reivindicante.


    Uno debe de sentirse chiquito frente a la historia y frente a los suyos para asumir el rol del momento, qué es sencillo, qué es colectivo y se expresa  en lo qué algunos académicos llaman la conciencia histórica. Allá por el 2003 un flaco, en ocasión de una asunción presidencial, ha resuelto llamarlo, para bien nuestro, mandato popular,  comprensión histórica y decisión política.


    Nosotros hemos de caminar porque otros caminaron antes. Hemos de luchar por qué otros han luchado. Y ahí está nuestra fuerza: La de asumir, antes qué nada, la historicidad qué nos comprende. Ha de decirse qué el futuro viene al hombre como el viento qué nos roza al cruzar la esquina. Podría pensarse de la misma manera que el pasado, a su manera, empuja. Qué podemos hacer nosotros con estas cicatrices qué nos fueron dadas si no la harta necedad de curarlas con el futuro, con la conducta y con la tradición de lucha, agregando a esta toda herramienta qué colabore con la supervivencia de la verdad histórica.


    El hombre ante la adversidad puede verse atado por su propia pequeñez. Han de verse por todo el mundo, en estos campos y en otros, los molinos de viento que sugieren la locura del héroe. Su hidalguía, la del hombre, la de todos los hombres y mujeres qué se han enfrentado al dilema de la transgresión y se han debatido, cómo se debaten los buenos, entre la grandeza y la prosperidad personal. Abundan los ejemplos; desde el muchacho de Nazaret, qué venía en nombre de la clemencia y el perdón, hasta Dieguito Maradona, del qué su réquiem suena y seguirá sonando por mucho tiempo en los muros de la patria nuestra. Porque a todos nuestros héroes les hemos pedido qué abandonen la comodidad y se hagan cargo del destino de los suyos, debemos también, nosotros, hacernos cargo del destino de los nuestros.


    Nosotros hemos resuelto darnos la difícil tarea de no solo cargar con nuestra memoria y con nuestro olvido, sino qué además elegimos, en secreto, cargar la pesada mochila de nuestra historia: qué es mochila pero también es madre qué nos enseña y lucero qué nos alumbra. Hablando del pago chico y para no abundar, pienso en los amigos de la Patria, qué hace no menos de 220 años se han dado a la tarea de luchar por la liberación nacional. 


    Por un problema en el plano de la física, no puedo darme a la tarea de saber, por ejemplo, el nombre de los 30.000 compañeros detenidos/desaparecidos qué nos están faltando hace ya casi 50 años. Pero sé decir, a través de la consigna de los mentados 30.000 y mediante algunas injustas simplificaciones, qué tenemos una tarea pendiente con nuestra historia con nuestros compañeros: con los 30.000 y con los otros; con los qué han visto de todo; con los qué han podido ver las flores qué crecieron en nuestra patria; con los qué no podrán ver las venideras. Con todos. 


    Yo pomposamente podría empezar a nombrar a todos nuestros amigos, porque eso son, amigos de la patria.

Abundan las definiciones sobre la amistad, pero ha de tenerse en esta ocasión una qué me gusta mucho, y es la de qué un amigo es un compañero de camino, de destino. El destino común qué nos comprende rompe incluso con la barrera del tiempo.

     Desde Paquito Urondo hasta San Martín; desde el eterno e inabarcable General hasta la compañera Evita; Desde Joaquín Areta, poeta desaparecido por la dictadura de Videla, hasta Jorge Cafrune que eligió, como nosotros, el camino de la reivindicación y se animó a cantar la vida de la pionada y qué se supo gaucho en el gauchaje y sintió como propios los agravios qué se le hagan a los paisanos. Podríamos demorarnos horas hablando de nuestros amigos. Sería injusto seguir y olvidarnos de alguno.


    Por eso me gustaría terminar esta pequeña interrupción a la vida del lector con unos versos cantados por unos amigos uruguayos: la Milonga del fusilado.


“Mi tumba no anden buscando

Porque no la encontrarán

Mis manos son las que van

En otras manos, tirando

Mi voz la que está gritando

Mi sueño el que sigue entero

Y sepan que solo muero

Si ustedes van aflojando

Porque el que murió peleando

Vive en cada compañero”.


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