Mi Patria es América | Por Ana Rodriguez Pros

Por Ana Rodríguez Pros

Responsable de la Secretaría de Formación Política Regional Noroeste

Organización Peronismo Militante Tres de Febrero


Hemos vivido de reflejo durante muchos años y es hora de que saquemos de nuestra entraña una doctrina, una concepción continental que responda, 

no a la quimera de lo que imaginamos ser, sino a la realidad de lo que somos. 

Sólo se llega al porvenir pasando por el presente, y no basta tener los ojos fijos en el sol: 

es necesario mirar las piedras donde posamos el pie

Manuel Ugarte - El porvenir de América Latina


Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado y que la salvación está en crear. 

Crear: la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano… y si sale agrio, ¡es nuestro vino!

José Martí - Nuestra América

 

    On ne tue point les idées. Así empieza el Facundo: texto autoproclamado fundador de la literatura argentina. Una frase en francés que ni siquiera es de Sarmiento sino una cita falsa, equivocada, que él adjudicaría a Fourtol. Exacto, el “padre del aula” citó mal. “En el momento en que quiere exhibir y alardear con su manejo fluido de la cultura europea, todo se le viene abajo, corroído por la incultura y la barbarie". Ricardo Piglia, en "Respiración artificial"  nos desasna: La frase no pertenece a Fourtol, es de Volney. Pero, independientemente de a quien pertenezca ¿por qué decir en francés, lo que bien puedo decir en criollo? Porque, justamente, el hecho político no es el contenido de la frase, sino la demarcación idiomática entre quienes la entienden y quienes no. “Los bárbaros llegan, miran esas letras extranjeras escritas por Sarmiento, no las entienden: necesitan que venga alguien y se las traduzca (...) Los bárbaros no saben leer en francés, mejor son bárbaros porque no saben leer en francés. Y Sarmiento se los hace notar”. ¿Cuánto de esto atravesamos día a día? ¿Cuán vigente persiste la madre de todas las zonceras? ¿Cuánto rechazo o desconocimiento sobre nuestra identidad, avasallada por el cosmopolitismo cipayo, vamos a tolerar? ¿Qué nos pasó? De liberar a la Patria del yugo español, a citar en francés para darle status a nuestras ideas.

    Quizás una respuesta encontremos en quienes, como Alberto Methol Ferré, nos convocan a re-evaluar y entender las Independencias de los países latinoamericanos como la atomización del Virreinato en un país por cada puerto; y de allí comprender que tal atomización fue una victoria inglesa, motivo por el que Simón Bolívar dirá “hemos arado en el mar”: la revolución hispanoamericana fue usufructuada por la burguesía comercial de los puertos en perjuicio de los pueblos que habían dado la vida por ella. Cada país-puerto estableció su dominación sobre los pueblos (mal llamados aún actualmente) “del interior” y comenzaba a cerrar las puertas a la hermandad latinoamericana.

El péndulo histórico, esa cadencia casi dialéctica, como llamamos a la disputa cuerpo a cuerpo, mente a mente, respecto del proyecto de Patria: De los Miranda, San Martín, Belgrano, Bolívar; a los Alberdi, Mitre y Sarmiento. En el marco de esa cadencia sucedida en la superficie, en lo subterráneo, la Patria se subleva, se piensa, se siente y se organiza. En ese subsuelo sublevado encontramos a Martí, Ugarte y Rodó, entre otros intelectuales que allá por los albores del 1900 le pusieron cabeza, poesía y sangre a una batalla que aún nos tiene por herederos y herederas: que la periferia sea centro de sí misma


    Retomando la pregunta ¿Qué nos pasó?, nada mejor que recurrir a la explicación de quien no sólo teorizó sobre Latinoamérica, sino que entendió necesaria su presencia física y de su palabra en cada ciudad importante de América Latina, en una gira continental propagandística por todos los países de la Patria Grande, con el proyecto de descubrir el estado del espíritu, su disposición a la vida independiente y un sondaje del alma colectiva, Manuel Baldomero Ugarte:  “Cuando a los hombres grandes que saltaban por encima de las fronteras actuales, que no encontraban nunca la Patria suficientemente vasta para su anhelo, cuando a los hombres que concibieron en una iluminación magnífica la emancipación total de las colonias hispanoamericanas, sucedieron los hombres menos grandes, que necesitaban patrias chicas para poder dominar, se inició la era de nuestros dolores, nuestros conflictos y nuestras dificultades actuales”. O en otras palabras: “A los grandes patriotas de la independencia, que tendieron siempre a la confederación, habían sucedido los caudillos o los gobernantes timoratos o ambiciosos que, después de multiplicar durante una generación las subdivisiones para crear feudos o jerarquías, se debatían, prisioneros de los errores pasados, en el sálvese quien pueda de una muchedumbre sin solidaridad”. Si bien la integración no es un concepto de mercado, sino un concepto de destino, Methol Ferré hace el análisis más integral, incorporando el costado económico: "La balcanización quedó perfecta cuando las semicolonias proveedoras de materia prima se revistieron del ropaje constitucional de “naciones”, lo que era caricatura (...) No fuimos países deformados por el monocultivo, sino creados por el monocultivo, en función exterior y sin constituir el mercado interno propio para su desarrollo. Y así se configuró la alienación propia a las semicolonias latinoamericanas, la mistificación de creerse “naciones” cuando no son más que las esquirlas de una gran frustración nacional". 


    José Julián Martí Pérez no sólo fue un poeta de exquisita pluma literaria. Tenemos el deber de adentrarnos en la vida y obra de un intelectual comprometido, promotor de una rebelión a la que no consideraba solamente para la independencia del último sitio de España, sino el comienzo del proceso de la segunda independencia, la definitiva: la continuación del anhelo de Bolívar para reunificar toda la América hispana. Luchador incansable contra la ocupación imperialista y por la descolonización ideológica. En nuestra Patria chica, tal como señalamos al principio, esa colonización ideológica se la debemos a Sarmiento con su “civilización o barbarie”, a la cual Martí refuta (aún sin tomar contacto con la zoncera del sanjuanino): “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”. Martí defiende una cultura latinoamericana en contraposición a las concepciones coloniales que Jauretche llamó “colonización pedagógica”; y en el marco de la irrupción de EE. UU. y su propuesta de panamericanismo, el cubano era consciente de que Latinoamérica sólo podía sobrevivir en la unidad, terminando con las 20 historias nacionales separadas, y emprendiendo una sola historia común, cambiando no de formas, sino de espíritu.


    En ese sentido, Methol Ferré nos señala que el renacer del “latinoamericanismo” también lo encontramos en una obra literaria hija de la independencia de Cuba, aún en las antípodas geográficas. Una obra que levanta la idea de la Unidad nacional de América Latina a escala continental:  “Ariel” del uruguayo José Enrique Rodó. La trama es el discurso de despedida de un profesor a sus estudiantes en un último día de clase, una expresión de deseos y consejos para hacer frente a los desafíos de la nueva etapa que emprenderán. “Una generación humana que marcha al encuentro del futuro, vibrante con la impaciencia de la acción, alta la frente, en la sonrisa un altanero desdén del desengaño, colmada el alma por dulces y remotos mirajes que derraman en ella misteriosos estímulos (...) ¿No nos será lícito, a lo menos, soñar con la aparición de generaciones humanas que devuelvan a la vida un sentido ideal, un grande entusiasmo; en las que sea un poder el sentimiento; en las que una vigorosa resurrección de las energías de la voluntad ahuyente, con heroico clamor, del fondo de las almas, todas las cobardías morales que se nutren a los pechos de la decepción y de la duda? ¿Será de nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva, como lo es de la vida individual?” Con esa analogía, el profesor le habla a sus estudiantes, pero Rodó le habla a Latinoamérica, convocándonos a pensar en respuestas propias. Ante la emergencia de EE.UU. y el panamericanismo repudiado por Martí y Sáenz Peña, el uruguayo también insiste en la misma línea: ante nosotros, la única posibilidad es la Unidad. “Los Estados Unidos pueden ser considerados la encarnación del verbo utilitario. Y el evangelio de ese verbo se difunde por todas partes a favor de los milagros materiales del triunfo (...) La poderosa federación va realizando entre nosotros una suerte de conquista moral. La admiración por su grandeza y por su fuerza es un sentimiento que avanza en el espíritu de nuestros hombres dirigentes (...) Se imita a aquel en cuya superioridad o cuyo prestigio se cree. Es así como la visión de una América deslatinizada por propia voluntad, sin la extorsión de la conquista y regenerada luego a imagen y semejanza del arquetipo del Norte, flota ya sobre los sueños de muchos interesados en nuestro porvenir (...) Pero no veo la gloria, ni el propósito de desnaturalizar el carácter de los Pueblos (su genio personal) para imponerles la identificación con un modelo extraño al que ellos sacrifiquen la originalidad irreemplazable de su espíritu; ni en la creencia ingenua de que eso pueda obtenerse alguna vez por procedimientos artificiales e improvisados de imitación. Ese irreflexivo traslado de lo que es natural y espontáneo en una sociedad al seno de otra, donde no tenga raíces ni en la naturaleza ni en la historia, equivalía para Michelet a la tentativa de incorporar, por simple agregación, una cosa muerta a un organismo vivo (...). Tenemos los americanos latinos, una herencia de raza, una gran tradición étnica que mantener, un vínculo sagrado que nos une a inmortales páginas de la historia, confiando nuestro honor su continuación en lo futuro”.



    La generación de patriotas independentistas, la generación de intelectuales del 1900, veían, comprendían con claridad la necesidad de robustecer la identidad latinoamericana en pos de una unidad continental. El discurso unionista del Ariel es bandera en las luchas cuerpo a cuerpo de Martí, y mente a mente, país a país de Ugarte. Es discurso que adquiere anclaje, corporalidad clara, direccionamiento, tangibilidad geopolítica estratégica con Juan Domingo Perón. El Ariel se levanta en armas en la revolución cubana, una revolución nacional que reconoce como único ideólogo a Martí. El Ariel fue desaparecido durante la larga noche neoliberal, las dictaduras títeres, la Doctrina de Seguridad Nacional y el Plan Cóndor. ¿Qué Ariel estamos construyendo hoy? ¿Cuál es el carácter del Ariel de nuestra generación? Acariciamos la unidad Latinoamericana con la (cada día más) revolucionaria gesta de la Unasur. Evo Morales Ayma, en ocasión del luto por el fallecimiento de nuestro querido y extrañado Néstor Kirchner, en octubre de 2010 dijo: “Nuestro Primer Secretario General (…), yo decía que es ‘nuestro primer presidente de Sudamérica’ (…). Nos ha dejado una lección, una tarea que hay que continuar. El mejor homenaje es seguir integrando a Latinoamérica.” Pero ¿cómo? si otros no han podido antes, si nos arrancaron a nuestros mejores cuadros, si otros grandes cuadros y conductores recibieron el llamado a lo trascendental de la inmortalidad, si el imperio se perfecciona con armas simbólicas (y no tanto) y avanza haciendo mella en las mentes de nuestros compatriotas en una guerra abierta pero profundamente desigual. ¿Cómo no desesperar? ¿Cómo no frustrarnos? El cómo es lo que vamos viendo si tenemos el “por qué no desesperar” esclarecido. No debemos desesperar ni frustrarnos porque es nuestro mandato histórico honrar nuestra identidad, nuestra historia, nuestras luchas y la sangre derramada por ellas. Oponiendo consciencia, historicidad y militancia; sintetizando Historia, presente y utopía. Volviendo siempre a leer a los que la vieron allá, a lo lejos en el tiempo. Apuntalando la moral de quienes transiten el breve paso por la desesperación y la frustración. La Patria grande existe, y la Patria grande vencerá, en tanto estemos dispuestos/as a ello. El sueño de nuestros héroes y nuestros mártires será el combustible que motorice la posibilidad de un núcleo completo y diferente, dotado de altivez y dignidad.


    Uno de los mayores desafíos debe ser la construcción de una identidad latinoamericana, que fortalezca una ciudadanía regional. Para ello debemos disputar sentido en cada espacio que amerite. Erigirnos en malla de contención de los discursos cipayos y extranjerizantes de los vectores del imperialismo: la prensa, la ley, la Academia. Con respecto a esta última, Ugarte también decía que “Lo que había aprendido en la escuela, era una interpretación regional y mutilada del vasto movimiento que hace un siglo separó de España a las antiguas colonias, una crónica local donde predominaba la anécdota, sin que llegara a surgir de los nombres y de las fechas una concepción superior, un criterio analítico o una percepción clara de lo que el fenómeno significaba para América y para el mundo (...) Estamos asimilados a ciertos pueblos del Extremo Oriente o del África Central, dentro del enorme proletariado de naciones débiles, a las cuales se presiona, se desangra, se diezma y se anula en nombre del Progreso y de la Civilización”. Pestanha siempre señala que la educación es un tema demasiado importante para un país, como para dejarla en manos de pedagogos. Jorge Bolívar en ese sentido indica que al estudiar y enseñar los originales fenómenos políticos y sociales de nuestro continente, estos son mirados desde el lente de “sistemas de ideas nacidos y desarrollados en otras condiciones materiales y temporales”. Debemos contruibuir a robustecer el pensamiento nacional, la filosofía de liberación, la cultura popular, que lejos están de ser deformaciones de las grandes ideologías europeas, sino el punto final a la dependencia intelectual que generó procesos de expropiación epistémica (...) que encontraron en el sistema educativo una institución exitosa para construir la “argentinidad” como resultado de una sociedad de “europeos en el exilio”, como sostiene Mario Oporto.

En palabras de Mara Espasande: “Para esto, entendemos que resulta indispensable una reforma educativa que permita construir las herramientas para que todos los latinoamericanos y latinoamericanas conozcamos nuestras raíces históricas. La integración educativa debe constituirse entonces, en una prioridad al interior de las políticas públicas nacionales y en la agenda de trabajo de las organizaciones regionales”


    Sin perjuicio de la siempre presente verdad de perogrullo que es la necesidad de reformar las instituciones liberales, continente que encorseta y hace inviable la realización de la Comunidad Organizada, como bien es la Educación media y superior entre tantas otras, dirá Methol Ferré: “El hombre es animal terrestre y político, por lo que hace naturalmente “geopolítica”, aunque sea de modo ingenuo, no explícito. No hay historia sino “espacializándose” (…). Pues la historia no es tiempo, sino espacio-tiempo. El espacio humano está siempre cualificado políticamente. No hay Estado sin territorialidad”.

    Ante la decisión estratégica de los gobiernos neoliberales que se cernieron sobre la región de debilitar la UNASUR, ante el cuestionamiento de todos los proyectos vinculados a la agenda de integración cultural, nos encontramos una vez más frente a la cadencia histórica a modo de vanguardia, pero esclarecidos de que la principal disyuntiva es colonización o independencia. El orden mundial se encuentra en una etapa de transición de poder. El lugar que ocupará nuestra región en la geopolítica mundial dependerá, en gran medida, de la capacidad de reconstruir las sendas de la unidad. Dirá Methol Ferré al respecto: "La cuestión de la Unidad de América Latina es la articulación de sus poderes internos, nuestra capacidad de construirlos y enlazarlos. Bolívar los llamaba “poderes intrínsecos” y lamentaba su ausencia e inconexión en Carta de Jamaica. Sin poderes internos efectivos, no habrá unificación, ni parcial ni total. Y en la historia, los poderes no son difusos, por el contrario se ubican en determinados ámbitos espaciales. Se concentran y concertan. Sin centros, no hay poderes reales. Los poderes en la historia son, si son ‘centros de poder’, constelaciones. Si son señalables geopolíticamente, geoculturalmente, geoeconómicamente. Tendremos política latinoamericana en la medida que tengamos claramente en la cabeza la dinámica de nuestros ‘centros de poder’ reales y potenciales, y sus articulaciones viables y probables. Si esto no lo tenemos en la cabeza, pues sólo habrá humareda política, primitivismo”. 

    Como corolario de todas las palabras agolpadas, superpuestas en un intento de concatenarlas que seguro quedó a mitad de camino, no puedo más que volver, sí, otra vez, a Ugarte: “Yo no soy el agitador ni el demagogo que dicen algunos. Soy, por el contrario, un hombre sereno y amigo de la paz. Quisiera que todos los conflictos entre los pueblos se resolvieran en el orden y por la razón. Pero ante la agresión sistemática, ante la intriga perenne, ante la amenaza manifiesta, todos los atavismos se sublevan en mi corazón y digo que si un día llegara a pesar sobre nosotros una dominación directa, si naufragaran nuestras esperanzas, si nuestra bandera estuviera a punto de ser substituida por otra, me lanzaría a las calles a predicar la guerra santa, la guerra brutal y sin cuartel, como la hicieron nuestros antepasados en las primeras épocas de América, porque en ninguna forma ni bajo ningún pretexto podemos aceptar la hipótesis de quedar en nuestros propios lares en calidad de raza sometida. Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, si quieren, somos lo que somos y no queremos ser otra cosa”.




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