FRANCISCO EN PERSPECTIVA FILOSÓFICA Y GEOPOLÍTICA | Por Ana Rodríguez Pros

Exposición de Ana Rodríguez Pros. Abogada UBA. Secretaria de Formación de la Regional Noroeste, Organización Nacional Peronismo Militante.

Para la formación política "Francisco en Perspectiva Filosófica y Geopolítica, a cinco años de Laudato Si" de la Organización Nacional Peronismo Militante Buenos Aires, Regional Noroeste


    A modo introductorio, creo interesante que reflexionemos por qué trabajar alrededor de la figura de Francisco. En ese sentido, creo que debemos visualizarlo como un protagonista del escenario mundial que pivotea entre su carácter de líder espiritual, con todo el bagaje teológico que eso implica y que, a su vez, toma un posicionamiento político y filosófico respecto del tablero internacional del cual es parte. Es decir, en el marco de un mundo secularizado, inmerso en la globalización, en el neoliberalismo, el individualismo, la tecnocracia, Francisco se posiciona desde un modelo alternativo y contrahegemónico: la cultura del encuentro. Poder tener una comprensión de ese doble rol, espiritual y filosófico político, implica un trabajo personal. Nos convoco a una íntima reflexión previa, un trabajo personal que conste en reconocer y desandar todos aquellos prejuicios o preconceptos que nos impidan acercarnos a su pensamiento geopolítico. No hacerlo, y persistir en ellos, nos alejará de una compresión acabada del Francisco que piensa y acciona mas allá de lo estrictamente correspondiente a su calidad de líder de una comunidad religiosa en particular. 

    Nosotros solemos hacer referencia a la batalla cultural, y entendemos que el imperio tiene vectores internos que fomentan el prejuicio, como por ejemplo, pensar que Laudato Sí, a cinco años de su alumbramiento, es, o bien un documento de Fe sin ningún aporte por fuera de ella, o bien un simple discurso verde, meramente ecológico. Sin embargo, cuando nos adentramos en la lectura del contenido de la encíclica encontramos un claro posicionamiento de crítica expresa, de enfrentamiento abierto y claro a la globalización. Entonces, la invitación, insisto, es a empaparnos no sólo de los discursos sino también de los gestos de quien hoy es el Papa. Para eso mi propuesta corre por una doble vía: por un lado, no podemos entender quién es Francisco si no sabemos quién fue Bergoglio. No tanto a título biográfico sino más bien en cuanto a cuál fue el contexto político y teológico que habitó Bergoglio durante 45 años, y que hoy son el marco teórico, o el continente, en el cual hoy se apoya Francisco para desarrollar un pensamiento geopolítico. Por eso, por otro lado, la idea es visualizar su toma de posición en el escenario internacional y sus fundamentos, que podemos encontrar en dos encíclicas: Evangeli Gaudium y Laudato Sí

    En lo que respecta a quién fue Bergoglio, existe una clara continuidad y coherencia entre los principios que el Sacerdote, y luego Provincial Jesuita, tomó en los ’70, profundizó como Cardenal en el 2010 y hoy por hoy retoma y continúa profundizando como Papa. 
    Bergoglio se ordena como sacerdote en el año ’79. Antes era docente, y desde la filosofía comenzó a tomar contacto con la política, leyendo fundamentalmente a Kusch, Dussel, Methol Ferré. A su vez, ese conocimiento lo va a desarrollar desde una perspectiva completamente persuadida del paradigma de lo que denominamos la Patria Grande, desde Vasconcelos y Ugarte; y finalmente también va a tomar contacto con el peronismo filosófico, a través de Amelia Podetti. Su sincronía con el peronismo va a marcar un punto de contacto con su posicionamiento geopolítico actual. Es decir, Bergoglio llega a Provincial de los Jesuitas en el año ’74, mismo momento en el que Perón presentaba el Modelo Argentino, el cual nos convoca a la construcción de la Comunidad Organizada, de Organizaciones Libres del Pueblo, de un Pacto Social en el marco de una Tercera Posición; y de hecho, Amado Puente, biógrafo de Francisco, comenta que el Coronel Damasco, quien estaba a cargo de la redacción del Modelo, convocó a Bergoglio a ser parte del equipo intelectual. Bergoglio finalmente no participa, pero en su pensamiento geopolítico los puntos de contacto son patentes. 
    Avanzando en la lectura cronológica de su vida, mucho se ha dicho, con afán de polemizar, respecto al rol de Bergoglio durante la dictadura. Sin embargo, autores como Aldo Duzdevich controvierten una serie de prejuicios instalados. En este sentido, creo necesario destacar que nuestra democracia aún adeuda una investigación profunda y seria del rol de la Iglesia en el marco de la dictadura. Es imprescindible reconocer que la Iglesia en sí implica una serie de discursos o de corrientes. Suele hacerse hincapié en las más conservadoras, o reaccionarias, que nadie niega ni intenta ocultar; sin embargo, consta en documentos que existieron en aquel momento corrientes populares que discutían las primeras. En ese marco de disputas internas, Bergoglio era el Provincial de los Jesuitas y tenía a cargo la Universidad del Salvador y la Compañía de Jesús, por lo que se encontró frente al mandato de cuidar a sus sacerdotes. Para ello, tomó una decisión: convocar aquellos curas que desplegaban un trabajo territorial a resguardarse en el Colegio Máximo que funcionó como una fortaleza. Creo interesante destacar que particularmente los Jesuitas forman parte de una corriente del cristianismo con amplio desarrollo y presencia territorial, y por ello estaban en mira de la dictadura. Bergoglio al resguardarlos en el Colegio Máximo, como bien decíamos, toma una decisión: preservar la vida de estos sacerdotes, priorizar la vida, su supervivencia aún a costa de disconformidades y enojos al respecto. Esa decisión es el disparador de la polémica ¿Exceso de prudencia? ¿Con qué parámetros juzgarlo? ¿Por qué un Provincial debía involucrarse de otra forma? ¿Cuánto sabemos y cuánto le exigimos en la actualidad a quien desempeña ese cargo, si es que sabemos su nombre y apellido? ¿Por qué exigírselo retrospectivamente a Bergoglio? Sin dudas, la Iglesia se expresa a través de sus autoridades, pero las expresiones que señalan la falta de protección a sacerdotes implican una acusación genérica a quien no era un militante revolucionario, ni un dirigente partidario, sino un sacerdote con la responsabilidad de administrar una estructura compleja.
    En el marco de esa decisión y respecto a los sacerdotes más expuestos, Bergoglio colaboró con el proceso de concertación de exilios en alguna provincia e incluso en el exterior. Perez Esquivel también sostiene que Bergoglio se encargó de cuidar, de preservar la integridad de sus sacerdotes, y, por otro lado, se movilizaba para recuperar la libertad de aquellos que eran chupados por la dictadura, es decir, detenidos ilegalmente, secuestrados.
    Por último, la Universidad del Salvador también funcionó como un paraguas intelectual para que, justamente, intelectuales como Kusch o Cullen continúen desarrollando su tarea; y la Compañía de Jesús colaboró con la protección de delegados sindicales también perseguidos por la dictadura. De hecho, se crea el CeProSin, Centro de Protección Sindical, punto de contacto en la relación que tiene Francisco hoy con los gremios. Es decir, no con sindicalistas en particular, sino con los sindicatos en tanto organizaciones libres del pueblo en el marco de una comunidad organizada.
    Finalmente, en el marco de todo este contexto político y en paralelo a la cercanía con el peronismo filosófico, entre el ’64 y el ’76 se desarrolla en América Latina, a la luz del Concilio Vaticano II, la Teología de la Liberación. Scannone, teólogo argentino, la divide en 4 praxis: la praxis pastoral, la revolucionaria, la histórica, y, por último, la praxis de la cultura, que en la Argentina adopta la forma de Teología del Pueblo, cuyos antecedentes los encontramos en los curas obreros de mediados de los ’50 de Francia, y en los curas villeros como Angelelli y Podestá, y que tiene como exponentes a Lucio Gera y Rafael Tello. Básicamente, podemos destacar tres cuestiones: por un lado, esta teología ve al pueblo, no como clase, sino como pueblo trabajador, como pobres, entendiendo que los ciudadanos conforman una categoría lógica pero el pueblo es una categoría histórica y mística, es decir, no asequible simplemente por el raciocinio. Por otro lado, la Teología del Pueblo no busca la confrontación sino la articulación discursiva de demandas de distintos sectores de la sociedad. Y, por último, la persuasión de la necesidad de intervenir en la realidad culturalmente para realizar la justicia social; es decir que la liberación del pueblo (trabajador) no sólo debe buscarse en términos espirituales, sino también a través de la justicia social; y nuevamente este es un claro punto de contacto y diálogo con la cultura política del peronismo, ya que a la vez que Perón en el ’74 reconoce que a través de la Doctrina Social de la iglesia, a la cual percibe como antiliberal, integral y popular, fortalece o toma cosas para el Modelo, la Teología del Pueblo toma de la cultura política del peronismo la idea de la Justicia Social como liberación de los pobres.


    Hasta acá, los contextos políticos, teológicos, del primer Papa Jesuita, que es un hecho histórico también, y que hace que no tenga esa extrema formalidad y que no lo asemejemos a esos “Papas Reyes” que hemos visto anteriormente. Su pensamiento geopolítico debemos indagarlo y analizarlo desde todo este gran Marco Teórico desarrollado hasta aquí; y que encontramos clara y fundamentalmente en dos Encíclicas. 
    En Evangelii Gaudium básicamente Francisco desarrolla cuatro principios, de imprescindible lectura y compresión por su relación estrecha con nuestra Doctrina: 
  • Que el tiempo es superior al espacio; en el sentido de que hay que construir pueblos, sin apegarse a lo inmediato, y esto se relaciona mucho con la Comunidad Organizada, con la necesidad de construir organizaciones libres del pueblo, porque solo la organización vence al tiempo.
  • Que la unidad prevalece al conflicto, es decir, Francisco no niega el conflicto o el antagonismo, lo que niega es que sea irreconciliable, y propone un pacto cultural de reconciliación, que es extremadamente parecido a lo que nosotros llamamos pacto social. 
  • Que la realidad es más importante que la idea, en relación con que hay que hacer carne la palabra porque “la única verdad es la realidad”. 
  • Que el todo es superior a las partes, y me parece un planteo interesante porque Francisco menciona algo que después va a retomar en Laudato Si, que es que corremos el riesgo de quedar presos de dos extremos: uno es ser simples espectadores de una globalización totalizante que no nos deje lugar a nada, y el otro es que, literalmente, seamos un museo folclórico localista en el cual no consideremos absolutamente nada de lo diverso. Entonces, frente a esos dos extremos, él propone superar el fantasioso modelo de considerar la aldea global como una esfera en la cual todos confluimos equidistantemente hacia un centro, sino que el modelo tiene que ser el de un poliedro en el cual cada Pueblo tiene una distancia hacia el centro, tiene una particularidad, y hay que respetarla. 
    Por último, también en Evangeli Gaudium, Francisco nos habla de una crisis del compromiso comunitario y, fundamentalmente, nos alerta sobre tres desafíos: superar la economía de la exclusión, porque ya no podemos hablar de explotados u oprimidos como en otro tiempo, sino que directamente hay excluidos, desechos, sobras del sistema, y eso es posible, porque existe una globalización de la indiferencia. Y, literalmente, leemos en la Encíclica “[…] en ese contexto de la globalización de la indiferencia todavía hay quienes defienden las teorías del derrame que suponen un crecimiento económico favorecido por la libertad del mercado y que es va a provocar por sí mismo más equidad; esta opinión, que jamás ha sido corroborada en los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico mientras los excluidos siguen esperando. Para sostener un estilo de vida que excluye a otros es que se ha desarrollado una globalización de la indiferencia”
    En segundo lugar, otro desafío es frenar la idolatría del dinero que gobierna en vez de servir. Nos encontramos inmersos en una crisis antropológica, es decir, una negación de la supremacía del hombre para generar nuevos ídolos. El fetichismo del dinero y la dictadura de una economía que no tiene rostro, ni bandera, ni Patria, y que tampoco tiene fines humanos. Esta tiranía virtual demanda una reforma ética, que también es algo que retoma en Laudato Sí. 
    Y, por último, en Evangeli Gaudium, Francisco nos llama a robustecer la política, el diálogo y el encuentro como alternativas al elitismo, al individualismo que requiere el imperio. La política, en manos de mentalidades solidarias, es la verdadera guardiana de la Casa Común. 


    En cuanto a Laudato Si, Francisco, lejos de elaborar un simple discurso ecologista más, enfrenta a la globalización de modo expreso; reconociendo que junto con las tecnologías, trajeron cierto progreso, pero cuestionando justamente que desde ese progreso, muchos intelectuales, políticos, líderes, reflexionaron desde el desarrollo y se olvidaron de quienes quedaron excluidos. Incluso siguen proyectando más desarrollo, sin pensar en quienes continúan excluidos (una invitación a pensar también a qué llamamos o consideramos desarrollo si trae aparejada consecuencias tan nefastas en términos humanos). Por eso lleva adelante la conceptualización de la globalización de la indiferencia, en donde él entrelaza tres degradaciones: una degradación humana, individual; una deshumanización de la miseria, que trae aparejado una degradación social; y que ambas van de la mano con la degradación planetaria a nivel ecológico. Justamente, esa degradación del planeta a quienes más afecta es a los propios excluidos: el cambio climático, las cuestiones de la ecología a nivel mundial, en quienes más repercute es en los pobres como colectivo humano, y también en los países pobres. Francisco hace una analogía: así como la deuda externa funciona como un dispositivo de control de los países ricos a los países pobres, a su vez hay una deuda ecológica de los países ricos que nadie está controlando. Por todo esto, en el marco de esta globalización de la indiferencia el Papa nos convoca a una revolución cultural que lleve ética a las relaciones internacionales, que moralice la economía y que cambie el modelo de desarrollo global. Él también menciona que “[…] rescatar los bancos a cualquier costo, haciendo que la población pague el precio, sin la firme decisión de realizar y reformar todo el sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro. La crisis del 2007 y del 2008 fue una oportunidad para desarrollar una nueva economía más atenta a principios éticos.” Nos llama a lo que nosotros como peronistas nombramos como tercera posición, es decir, a no pensar en un progreso a toda costa, o que será el propio progreso el que solucione los problemas que el mismo trae. A su vez, que tampoco debemos caer en el extremo opuesto de pensar al hombre como una amenaza para el mundo. Francisco es claro: propone un humanismo que se enfrente a este antropocentrismo que él llama despótico; y, como tal, en las antípodas del verdadero humanismo donde, claramente, el ser humano tiene el centro de la escena, pero en una relación fraterna y justa con los restantes seres vivos que integran el Planeta. 
    Al problema de la ecología en general, que es el grito de la tierra pero también es el grito de los pobres, se complejiza cuando las soberanías locales, por un lado, no pueden tomar las riendas del asunto por sí solas para solucionar este problema; y a su vez, la globalización de la indiferencia las sofoca. Entonces, Francisco enfrenta y critica de modo expreso y patente a la globalización y a la financiarización, y como correlato también propone una respuesta integral a un problema complejo: autonomía para los Estados de cara a que estos puedan apostar a una economía real que combata a la pobreza, cuide la naturaleza y que se oriente al bien común; poniendo en valor a la política como cultura del encuentro y del diálogo, y con el amor como categoría política, reconociendo de una vez por todas que la superficialidad posmoderna nos ha servido de poco.



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