Reflexiones para reestablecer la reserva moral de la Nación | Por Maximiliano Nuñez

Por Maximiliano Nuñez

Militante Político

Organización Peronismo Militante Tres de Febrero 



    Para interpretar desde qué perspectiva surgen las reflexiones que intentaré compartir a continuación, es necesario que mencione dos de las características que, creo, debemos asimilar e incorporar como militantes con el fín de lograr aportes útiles para construir el país que queremos. Asumir un “rol transformador” e interpelarnos lo suficiente hasta encontrar los modos más efectivos posibles para reivindicar o refutar las causas sociales, según creamos conveniente.

    Una característica es la de ser un nexo entre la dirigencia política que elegimos para que nos represente y las demandas territoriales de la gente, ya que el vínculo directo entre ambos actores no puede ser constante. Para eso es importante ser autocríticos para formular las aprobaciones y reprobaciones que sintamos necesarias, sin obsecuencia. Críticas que se hacen puertas adentro y de las otras.

    También buscar “persuadir” a las personas desde el diálogo, la empatía y sencillez necesaria para exponer nuestra perspectiva del mundo sin aires de superioridad, evitando el señalamiento (tentador a veces) que en muchos casos nos dejan tan expuestos, que los argumentos de las causas que defendemos, quedan en segundo plano.


Un ejército de locos

    El retorno de la democracia en el país trajo consigo secuelas sociales, luego de los diferentes golpes de estado, delitos de lesa humanidad, crímenes cometidos en dictadura y las irregularidades en el manejo de una guerra absurda. La imagen que dejó en la sociedad el ejército nacional dejó de ser la de “protectores del pueblo”.

    A 20 años del final del régimen dictatorial, el gobierno de Néstor Kirchner interpretó la demanda popular de hacer justicia con los responsables llevando a cabo una serie de hechos abstractos y concretos, que nutrieron de sentido la “memoria”. Desde descolgar cuadros hasta la nulidad de leyes como “obediencia debida” y “punto final”. En los años posteriores, se mantuvo una tensión entre militantes y militares en particular, y fuerzas de seguridad en general. A pesar de que en la actualidad ningún oficial involucrado en la última dictadura siga en el servicio.

    Quizá la tensión señalada haya sido inevitable en su momento, pero cuesta aceptar que la sociedad, la militancia y las fuerzas tengan intereses diferentes.

    Desde los 80 surge dicha disociación entre las esferas política y militar, proceso en el que las fuerzas fueron deslegitimadas y despolitizadas, a la vez que la política fue desmilitarizada. Es decir que el estado perdió músculo en uno de sus brazos más necesarios.

    Hoy, después de 4 años en los que las fuerzas estuvieron a cargo de reprimir todo tipo de protesta social, defendiendo incluso medidas que atentaban contra sus derechos o los de sus propios abuelos, como en la movilización contra la reforma jubilatoria, cerrar la grieta (pueblo-fuerzas) es para el gobierno actual y para la militancia un examen final de los que ya no pueden postergarse.

    En la transición hacia generar en los organismos de seguridad un sentido nacional-popular y realizar los cambios sistemáticos que sean necesarios para que el pueblo deje de lamentar cualquier tipo de abuso en manos de las fuerzas, es imprescindible hacerse cargo de resolver cualquier hecho de violencia institucional y tener la decisión política de apartar a los responsables y ponerlos a disposición de la justicia.


Pistolas que se disparan solas

    Otra necesidad urgente que tenemos como sociedad son las políticas públicas de seguridad. El reclamo por seguridad trasciende territorios y estatus sociales, es tan popular como cualquier otro y configura una materia pendiente de la democracia argentina. Desde la gestión, estimo que serán necesarias diversas reformas como trabajar las famosas puertas giratorias de las cárceles, la corrupción en organismos policiales, judiciales o donde sea que se encuentre y según lo consideren los funcionarios.

    Como militantes, resulta interesante encontrar respuestas terrenales a discursos que oscilan entre posturas garantistas y conservadoras. Un laberinto que nos encuentra señalados de ambos costados y del que deberíamos analizar la salida por arriba, con una suerte de tercera posición.

    Aunque cada vez sean más fogoneadas y aceptadas por el sentido común, las teorías del “uno menos” o “hay que matarlos a todos” no son viables bajo ningún aspecto, ya que la violencia no puede resolverse con más violencia.

    El discurso, real pero insuficiente, de que “la inseguridad es producto de la desigualdad”, “los mayores delincuentes usan traje y no van a la cárcel”, “hay una historia de marginalidad detrás de cada ladrón”, por citar algunas frases, no solo no alcanzan para explicar un conflicto muy complejo, sino que también nos posicionan como abogados de delincuentes ante gente que simplemente quiere volver del trabajo a su casa sin que la maten por un celular. La problemática no es nada simple como para quedarse con posiciones extremas, resulta necesario evitar las falsas dicotomías en las que se nos intenta encasillar.


Su chumbo ya venía con la bronca

    A la disparidad de intereses establecida entre las fuerzas de seguridad y gran parte de la sociedad argentina, se le sumó la doctrina Bullrich-Chocobar. Un período en el que la discusión sobre gatillo fácil y violencia institucional no solamente se ausentó de la agenda política, sino qué hay policías que han sido legitimados y reconocidos luego de matar pibes por la espalda, sin previo enfrentamiento y hasta en algunos casos por confusión. Fueron gestos simbólicos de parte del gobierno anterior que encofran un mensaje “liberal” sujeto a decisiones de cada oficial, para actuar por criterio propio en determinada circunstancia, cuando en realidad son organismos que operan según una cadena de mando lineal. Si hay sector del estado en el que no puede aplicarse el individualismo, es en las fuerzas de seguridad. Pero claro, estamos analizando a una ex-ministra que públicamente soltó: “el que quiera andar armado, que ande armado” refiriéndose a ciudadanos civiles.

    
   


Ya no sos igual

    Despegarnos de la crítica destructiva que agranda aún más el vacío discursivo es interesante. Incluso la gente que aún cree en la lógica de la lucha de clases debería notar que el policía, el militar, el militante, el trabajador y quien sale a robar son del mismo barrio, del mismo pueblo y clase social.

    Por otra parte, posturas internacionalistas con consignas como “es toda la institución” nos podrían alejar de la resolución de problemas que surgen de nuestra historia y deben ser resueltos en nuestro territorio.

    Ejemplos de que dichas instituciones no son anti-populares en esencia son los casos venezolano y cubano, donde las fuerzas evitaron que gobiernos elegidos por su pueblo, sean derrocados con golpes de estado impulsados por Estados Unidos. Insisto, tiene que ver con la época y el lugar en el que nos toca vivir que las fuerzas defienden intereses ajenos a las mayorías. Y debería ser tarea de la militancia, en parte, trabajar para tender lazos sociales.

    Tanto en las fuerzas como en la militancia hay una gran cantidad de personas que comparten valores: solidaridad, humanismo, patriotismo, etc., y las diferencias son meramente ideológicas.



El llanto de la gente va hacia el mar

    Que en democracia sigamos lamentando hechos de violencia institucional, es una realidad. Pero que la dinámica grietera entre fuerzas policiales-pueblo solo retroalimenta dicha violencia, también lo es.

    Quizás seguir saltando para no ser militar y señalar a la gorra sea una posición cómoda. Pero sabremos que mientras agitamos la guerra a la “yuta”, la violencia sigue siendo moneda corriente. Si el desafío es obtener resultados distintos, deberíamos dejar de hacer lo mismo. Y buscar aportes para una transformación en la que las armas ya no apunten hacia adentro.


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