Esta es una fecha en la que suelen reaparecer, con mayor fuerza aún, algunos interrogantes que atraviesan siempre nuestra militancia, y dentro de ella, nuestra formación. ¿Qué perdieron nuestro Movimiento y el proceso revolucionario en curso, ese 26 de julio de 1952? La Evita que se iba, ¿era la misma para todos les que integraban ese Movimiento? ¿Vive Evita “eternamente” en el Pueblo tal cual era su anhelo? ¿Cuál fue su “legado”?
Creo oportuno recordar las palabras del escritor argentino Dalmiro Saénz (1926-2016), que formaba parte de la elite intelectual porteña durante el gobierno peronista, quien dijo en 1984: «Yo era totalmente antiperonista mientras Evita vivía. Y me hice totalmente peronista después de su muerte. No estaba preparado para Evita, yo…” . Se refería a que él y su entorno creían en la inteligencia y la erudición, pero no en la sabiduría y la cultura. Y agregó entonces: “No sabíamos que la cultura era la memoria de los pueblos. Y que toda cultura que no es popular no es cultura.”
No fue el único, sin duda, que no estaba “preparado” para Evita. Y sin duda tampoco el único al que esa muerte prematura e incomprensible, frente a la cual el pueblo reaccionó con un dolor incomparable, lo interpeló en su mirada y en sus convicciones. Hemos sufrido como peronistas otra muerte inesperada y dolorosa, y sabemos bien cómo ese dolor floreció en militancia. Por todas estas y otras complejidades, es tan importante, a mi entender, seguir preguntándonos quién fue “esa Mujer”. Y sobre todo qué y cómo nos contaron que fue, a través de los entramados orales y escritos que va tejiendo la historia…
El bloque enemigo del pueblo, con su odio histórico, no sólo escribió “Viva el cáncer” en las paredes mientras ella agonizaba. Además de referirse a Evita con insultos y descalificaciones, pudieron leerse en publicaciones y libros supuestamente biográficos, expresiones tales como “un talento fenomenal para atraer a hombres influyentes y usarlos” o “una mujer dura, ambiciosa, mala actriz, resentida y sedienta de venganza por su origen social y la vida difícil que había tenido” o “usaba un lenguaje burdo, nada culto y estaba poseída por una dominadora ambición”. Fue tan ciego ese odio que no se detuvo en su fallecimiento, y prosiguió en su cadáver. Que fue, ni bien derrocado Perón, secuestrado, vejado, ultrajado. Es verdaderamente estremecedor conocer los detalles de semejante ultraje. Que también se hizo extensivo a todas las formas en que era recordada y reconocida, en fotos, pinturas y esculturas públicas.
Seguramente contraría y entristece leer estos aspectos vinculados a la fecha de su partida, pero es necesario conocerlos y visibilizarlos. No para mantener el rencor, sino para mantener viva la memoria, porque esa también es una parte ineludible del homenaje que siempre le debemos. Y porque la memoria, la verdad y la justicia, que ya forman entrelazadas el acervo de nuestra tradición militante, son las que nos permiten identificar cómo se renuevan –apenas remozados- los ataques del anti-pueblo cada vez que emerge con claridad quien lidera ó quien conduce a nuestro Movimiento. Sobre todo cuando se trata de una mujer.
“…Pero si Dios me llevase del mundo antes que a Perón, yo quiero quedarme con él y con mi pueblo… Yo estaré peleando en contra de todo lo que no sea pueblo puro… Yo estaré con ellos para pelear contra la oligarquía vendepatria y farsante, contra la raza maldita de los explotadores y de los mercaderes del pueblo” (Apartado “Mi Voluntad Suprema”, en “Mi Mensaje”).
Así los describía Evita. Ese era el “lenguaje burdo, nada culto” de que la acusaban.
Como supo interpretar el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “…La odiaban los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente. Ella los desafiaba hablando y los ofendía viviendo. Nacida para sirvienta (…) Evita se había salido de su lugar”.
Para el pueblo que la amó, profunda y devotamente, ese desprecio oligarca no hizo más que alimentar su cariño y su lealtad. Los sectores populares la idolatraron, la “santificaron”, le levantaron altares y le encendieron velas, confiados en su cuidado y protección. Innumerable cantidad de anécdotas sobre su entrega a la causa peronista circularon y circulan, no sólo en textos y publicaciones, sino entre los relatos familiares que se transmiten de generación en generación.
Sin embargo, la grandeza y complejidad de su figura, pone en cuestión también la reconstrucción de Evita que se ha hecho “puertas adentro” de nuestro Movimiento, y que también se ha transmitido generacionalmente. En la Evita que nos han descripto surgen, destacados, rasgos como la bondad, la sensibilidad, la empatía, la compasión por el sufriente. Caracterización que se asienta fundamentalmente sobre el área emocional. Que es por cierto lo que se le atribuye como predominante, social y culturalmente, a “lo femenino”. Si a eso se suman la abnegación y el sacrificio, se llega con facilidad a la equiparación con la santa.
Por supuesto que sabemos que Evita poseía esas características que se le atribuyen. Pero no las conjugaba en el camino a la santidad, sino en el de la concreción de un proyecto político. Y precisamente es esa, la dimensión política de su liderazgo, de su accionar y de su vida, la que queda desdibujada, soslayada, minimizada. Considero que es esa dimensión, justamente, la que debemos rescatar y subrayar en cada conmemoración que hagamos relacionada con su vida, y con su muerte.
Fundamentalmente, teniendo en cuenta que su praxis política significó una transformación revolucionaria, por el impacto que implicó en el orden previo establecido. Ese orden ubicaba a las mujeres en tanto colectivo social, como ciudadanas de segunda categoría, recluidas por mandato al ámbito doméstico, ajenas a los avatares y decisiones que determinaban el rumbo de las cuestiones más importantes del país.
La incidencia de Evita en la transformación de la situación civil y política de las mujeres en la Argentina fue enorme, principalmente a través de dos acontecimientos absolutamente conectados: la aprobación de la Ley de voto femenino y la creación del Partido Peronista Femenino, en el marco de la Primera Asamblea Organizativa del Partido Peronista. El primero de estos acontecimientos, habilitó a las mujeres –por fin- a votar y a ser elegidas. El Partido Femenino, les permitió incorporarse a la política masivamente. En ambos casos se trataba, por primera vez, de la inclusión de todas las mujeres del pueblo.
Y subrayo “todas” y “del pueblo”, porque es necesario comprender por qué Evita y el peronismo lograron aquello por lo que se venía luchando desde hacía décadas.
Décadas en las que, efectivamente, nuestro país no había quedado al margen de los ecos del movimiento internacional por los derechos de las mujeres, conocido como feminismo, que crecía y se expandía por los continentes, y se manifestaba con sus diferencias y semejanzas en cada país. En el nuestro, hubo expresiones representativas del feminismo anarquista desde fines del siglo XIX. A las que, en las primeras décadas del siglo XX, se sumaron las voces de las “librepensadoras”: mujeres profesionales, intelectuales, pertenecientes a las clases altas, como por ejemplo, la Unión Feminista Nacional, en 1918, en la que se destacaba Alicia Moreau de Justo, ó el Partido Feminista creado en 1920, dirigido por Julieta Lanteri.
Sólo estoy nombrando a algunas de las más destacadas, representantes a su vez de numerosos y entusiastas grupos que se sentían identificados con el reclamo por el derecho a su civilidad, en tiempos en que las mujeres (y hasta 1926) tenían la condición legal de “menores e incapaces”: dependían legal, civil y patrimonialmente del padre hasta que se casaban, para pasar a depender del marido.
Hay que comprender que, aunque numerosas, esas expresiones de lucha no dejaban de ser sectoriales. Esas luchadoras (reconocidas en su acción por la misma Evita al momento de la aprobación del voto femenino) hablaban “en nombre de” todas las mujeres, pero no les hablaban a todas ellas. Y además, y fundamentalmente, reclamaban los derechos para ese sector (el de las mujeres). Lo que produjo la extraordinaria diferencia política y su consecuente impacto en la realidad efectiva, fue la capacidad de incluir a ese sector en un proyecto amplio y popular que abarcaba a todos los otros grupos de la población que padecían la vulneración de sus derechos: la niñez, la vejez, la clase trabajadora. Porque ya entonces Evita comprendía que la luchas por la liberación de cualquiera de las formas de opresión, son complementarias. Y que para que cada una de las batallas sea exitosa, no alcanza con la conciencia óptima sobre su necesidad: hace falta el poder político que pueda instrumentarse a través de un Estado que medie a favor de los intereses populares.
Pero el derecho cívico alcanzado con el voto no puede ni debe desvincularse de la creación y puesta en marcha del Partido Peronista Femenino, que se funda el 29 de Julio de 1949, tres meses después que Perón hubiera dado a conocer al mundo los principios filosóficos del movimiento peronista, en la presentación de su texto La Comunidad Organizada.
Es en el contexto de esos principios, y en ese marco histórico, que Evita logra la gran tarea de sumarle a la valoración del papel de la mujer y su identificación con el ámbito doméstico, la participación activa en el ámbito público. Ámbito vedado para la mayoría de las mujeres hasta entonces. Y lo hace recurriendo astutamente a la práctica de la acción social.
La Dra. En Ciencias Políticas Carolina Barry, explica en su libro “Evita Capitana” (en el que analiza justamente la formación del Partido Peronista Femenino), que Eva utilizó este “artificio” de la acción social (que en realidad no era engaño, porque era parte de la práctica), para atenuar el impacto de esa construcción no aceptada socialmente: “mujeres haciendo política”.
Eva, desde su liderazgo eminentemente carismático, y con un ejercicio directo y casi personal del mismo, organizó la creación de las Unidades Básicas Femeninas. Éstas tuvieron presencia en todo el país, estructura y jerarquía propias, y un desarrollo territorial: recorrer, censar, afiliar, invitar a las Unidades Básicas, en un trabajo político que hoy conocemos como “el casa por casa”, llevado a cabo en 1949 por esas mujeres conducidas por Eva. Lo que se diferenciaba en forma absoluta de los modos de hacer política hasta entonces, caracterizados por las reuniones partidarias, el comité, los bares, los asados, etc.
En Unidades Básicas Femeninas estaba prohibida la participación de los varones. Y en su sistema organizativo por delegadas, no podían serlo las esposas de los funcionarios. El objetivo del Partido Femenino era político: censar, afiliar, obtener las libretas cívicas para que pudieran votar, aprender y difundir la doctrina peronista. Ese objetivo quedaba de alguna forma disimulado y entremezclado con la tarea de ayuda social a la que también estaba destinado el accionar de esas Unidades Básicas. Decía Evita: “….hay que elegir el mejor camino para convencer a cada mujer: unas se convencen de una manera y otras, de otra”·
En un año y medio, se habían erigido en el país 3600 Unidades Básicas Femeninas. En ellas se desplegaban fundamentalmente tres ejes: capacitación, adoctrinamiento y empadronamiento.
La capacitación se realizaba apuntando a tareas relacionadas con lo doméstico (como corte y confección), pero también se hacía alfabetización, enseñanza de habilidades necesarias para trabajos de oficina (idioma, dactilografía, taquigrafía), y además, de esparcimiento (dibujo, danza, guitarra, violín, etc). La mujer “culta e instruida” por la que Evita luchaba; y que a su vez legitimaba con su misma acción diaria: ella salía de su casa todos los días para trabajar por la comunidad. Eso quería decir que cualquier mujer podía hacerlo. El adoctrinamiento fue la tarea que Evita encomendó a las mujeres: cuidar y resguardar la doctrina peronista. Para eso debían conocerla, comprenderla y replicarla en sus hogares.
El empadronamiento que incluyera a las mujeres por primera vez, requería una ardua tarea de relevamiento y enrolamiento, en una época en que los registros –actas de nacimiento- estaban en las Iglesias. En esa búsqueda, colaboraban las militantes de entonces, uniendo datos y elaborando registros. Evita recibió la Libreta Cívica Nº 1 en nuestro país, para que a partir de ella las mujeres argentinas fueran inscriptas social y civilmente. Más de tres millones y medio de mujeres fueron empadronadas. Las mismas que sostuvieron y desplegaron la campaña, con carteles, con imágenes y leyendas en las puertas de sus Unidades Básicas, y con actividades de difusión de la doctrina peronista.
En las elecciones de 1951, la fórmula Perón-Quijano se impuso con el 62% de los votos. De ese 62%, el 64 % eran votos de las mujeres, que superaron a los votos de los varones en todos los distritos del país. Las mujeres no sólo elegían: todas las candidatas que integraban las listas del peronismo fueron electas: 23 Diputadas y 6 Senadoras Nacionales,58 Diputadas y 19 Senadoras en los Congresos Provinciales. Estos resultados son -a mi criterio- los números que representan la verdadera dimensión política del trabajo de Evita en la construcción de este Partido, marcando un verdadero hito en la historia argentina -y americana- y un punto de inflexión en la vida social, cultural y política de las mujeres y de la sociedad toda. Y es en este punto en el que vuelvo sobre los interrogantes que planteaba al principio del texto: ¿Qué perdimos ese triste 26 de julio? ¿Cómo mantenemos viva a Evita? ¿Cuál es su legado?
Durante muchos años hemos leído en las paredes anónimas “Si Evita viviera…”, frase que se completó con distintas expresiones según los momentos históricos.
En una de nuestras consignas cantamos “…Te llevamos, Eva, en el corazón…”
A veces me tomo el atrevimiento de imaginarme que “si Evita viviera…” hoy, nos diría: “no me lleven sólo en el corazón. Llévenme también en sus cabezas, en sus pies y en sus manos. Lean, estudien aprendan y escriban como yo lo hice. Organícense: no hay batalla que no pueda darse con organización y trabajo. Desobedezcan a lo que oprime. Enfrenten a los poderosos. No se conformen. Exijan más”.
Pero no lo pienso sólo como un juego de imaginación personal. Lo considero una interpretación política de su vida y de su militancia. Y es por eso que, disculpándome por el atrevimiento de poner en su boca mis palabras, acudo a estos dos fragmentos de su discurso ante las delegaciones de todas las provincias en el acto inaugural del Partido Peronista Femenino:
“…Reclamamos un puesto en la lucha y consideramos ese derecho como un honor y como un deber. Si nuestros compañeros se sintieron proletarios porque les fue negado el acceso a la propiedad y a una existencia mejor y no gozaron más que de una ficticia libertad política, regulada por la reacción y negada por el fraude, nosotras las mujeres fuimos menos libres y más explotadas. Si los trabajadores reconocen la repugnancia que hay en comercializar el trabajo a bajo precio, considerándolo no como el esfuerzo a través del cual el hombre se realiza sino como una mercancía más en el mercado de consumo capitalista, esa repugnancia ha sido doble en la mujer. Y si al hombre se le impidió el goce total de la vida ciudadana, a la mujer laboriosa como él, más negada que él y más escarnecida que los hombres, se le negó también y en mayor proporción, el derecho a rebelarse, a asociarse y a defenderse…”
“…Efectivamente : no hay razones para la pasividad femenina frente a la amenaza que se ejerce por igual sobre nosotras las mujeres argentinas, que sobre la totalidad de nuestras hermanas de América y del mundo. Y no hay razones de pasividad, porque no sólo tenemos el arma teórica que soluciona el problema esencial, sino que podemos exhibir la virtualidad del ejemplo político de nuestro país, cuya política pacifista y de cooperación está apoyada en la conquista de una efectiva y real justicia social, vale decir, en el fenómeno repetido de su paz interior…”
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