Patria sí, Colonia no | Por Manuel Guichandut

Por Manuel Guichandut

Responsable Político

Organización Peronismo Militante San Miguel

 


Se hace difícil sentarse a escribir algunas líneas que cumplan en alguna medida con la pretensión de dejar, como resultante, reflexiones de interés para quienes las lean. Sobre todo si uno parte de la premisa de que, en su mayoría, lo harán los compañeros y compañeras de la Organización Nacional Peronismo Militante. Esto implica necesariamente un bagaje de lecturas y prácticas, de militancia y formaciones, de debates y mates, de anhelos de Patria. Sobre ese conjunto de prácticas del quehacer militante se erige la pretensión de aportar algunas ideas.

Hay una contradicción, que quienes formamos parte de ese colectivo, establecemos como principal: Patria o colonia; o Liberación o Dependencia. Esa jerarquización de la antinomia nos lleva a pensar las dos posibilidades que habilita esta dicotomía. Tanto la idea de Patria, como la idea de Colonia o Semicolonia deben ser pensadas en conjunto, por su interrelación intrínseca. Podemos hablar de la existencia de diversos colonialismos y señalar las diferencias que a lo largo de la historia han tenido el imperio británico del estadounidense, o del francés, por ejemplo. O podemos hablar de algunos de los patrones comunes que han unido a diversas experiencias, para pensar las continuidades con el presente y las posibilidades de nuestra nación desde una perspectiva situada. En esa búsqueda, quiero traer algunas ideas de Frantz Fanon. Psiquiatra, filósofo y escritor militante, que centró su obra teórica y su vida personal en la lucha contra el colonialismo. Desde su rol como psiquiatra, tuvo la posibilidad de ahondar sobre las consecuencias psíquicas del colonialismo, tanto para los perpetradores como para los oprimidos. Sin embargo, a mi entender, la relevancia de su obra está dada por el calor de su compromiso militante como miembro del Frente de Liberación Nacional argelino. A continuación, las citas de “Los condenados de la Tierra” (su libro de publicación post-mortem en 1961) que seleccioné para esta nota:

            “La apoteosis de la independencia se puede transformar en la maldición de la independencia.”

Cuando los pueblos toman el desafío de su independencia política, a pesar de la amenaza colonial de que con ese paso retornarán a la Edad Media, el colonialismo retira sus capitales y sus técnicos y rodea al nuevo Estado con un mecanismo de presión económica. El antiguo país dominado se transforma en uno económicamente dependiente. Esta instancia puede conducir a la creencia de que, conquistada la independencia política, la prioridad de la lucha popular pasa a ser la distribución de la riqueza. Cosa, en algún punto cierta, pero que no se puede escindir de la cuestión de la soberanía, nunca del todo resuelta en un mundo con imperialismos. Si la independencia política no garantiza por sí sola una independencia económica, cultural ni social, sino que por el contrarío muchas veces trae consigo un recrudecimiento de otros tipos de sometimiento colonialista, la reactualización de los mecanismos de dominación imperialistas son un patrón estable en todos los procesos coloniales.

          “La politización de las masas es reconocida como necesidad histórica.”

Diversas insurrecciones independentistas se han visto atravesadas por un voluntarismo entusiasta que pretendía llevar al pueblo colonizado de un solo golpe a la soberanía absoluta. Ante los levantamientos populares generalizados contra las ocupaciones coloniales, el opresor siempre se replegó para organizar la contraofensiva. Continuando con Fanon, propongo el ejemplo angolés: el 15 de marzo de 1961, los campesinos angoleses se lanzaron por grupos de dos o tres mil contra las posiciones portuguesas. Hombres, mujeres y niños, armados o no, con su coraje, su entusiasmo, se lanzaron en masas compactas y por olas sucesivas sobre regiones donde dominaba el colono, el soldado y la bandera portuguesa. Aldeas, aeródromos, fueron rodeados y sufrieron asaltos múltiples, pero también miles de angoleses fueron atravesados por la metralla colonialista. No necesitaron mucho tiempo los líderes de la insurrección angolesa para comprender que debían recurrir a algo distinto si querían realmente liberar el país. Descubrieron que el éxito de la lucha exige la claridad de los objetivos, la precisión de la metodología, y sobretodo el conocimiento de las masas de la dinámica temporal de los esfuerzos. Esto que Perón llamó economía de fuerzas. Si no se tiene cuidado, se corre el riesgo en todo momento de que el pueblo se pregunte, ante la menor concesión hecha por el enemigo, las razones de la prolongación de la guerra. El pueblo, deberá conocer esa ley histórica que estipula que ciertas concesiones pueden ser, en realidad, nuevas cadenas. El colonizado puede aceptar una transacción con el colonialismo, pero jamás un compromiso. Así, esa reactualización de los medios en pos de la dominación imperialista que habíamos puntuado como el primer denominador común de todos los procesos de colonización, va siempre acompañada de esta otra constante: la necesidad de la politización de las masas.

     “La burguesía nacional que toma el poder al concluir el régimen colonial es una burguesía subdesarrollada.”

Según Fanon, la burguesía nacional de los países subdesarrollados no se orienta a la producción, los inventos, la construcción, el trabajo. Como esta burguesía no tiene ni los medios materiales, ni los medios intelectuales suficientes, limitará sus pretensiones al manejo de los despachos y las casas de comercio antes ocupadas por los colonos. La burguesía nacional ocupa el lugar de la antigua población europea. Esta descripción hecha en el contexto de los procesos de independencia norafricanos bien puede aplicarse a la burguesía mercantil y terrateniente porteña que se enriqueció con el contrabando asociado con Gran Bretaña y el comercio a costa de la postergación del pueblo, especialmente en el resto de las provincias más allá de Buenos Aires. Entonces, será resultado de una disputa política posterior construir una burguesía con un verdadero anclaje nacional.

      “La lucha organizada y consciente emprendida por un pueblo colonizado para establecer la soberanía de la nación constituye la manifestación más plenamente cultural que existe.”

 La lucha misma, en su proceso interno, desarrolla las diferentes direcciones de la cultura, esbozando nuevas expresiones. La lucha de liberación nunca podrá dejar intactas ni las formas ni los contenidos culturales del pueblo. En los objetivos y en los métodos de esa lucha se prefigura un nuevo humanismo. Solo una lucha que moviliza a todas las capas del pueblo, que expresa sus intenciones e impaciencias, que no teme apoyarse exclusivamente en ese pueblo, será necesariamente victoriosa. El valor de esta lucha es que expresa el máximo de condiciones para el desarrollo de la cultura nacional. Esta última continuidad de los procesos coloniales estará reflejada en las trasformaciones culturales aparejadas por la misma lucha independentista, siempre que esta sea acompañada por el pueblo en su conjunto.

Actualidad peronista

Esta breve recapitulación de conceptos de Fanon me sirvió para intentar, con algunas herramientas más, entender la vigencia del peronismo con el paso del tiempo. Por supuesto que con el peronismo no nació la lucha por la liberación nacional, pero sí podemos pensarlo como el punto más alto de la expresión política del sentir popular. De allí las similitudes que encuentro con estas teorizaciones sobre las diversas luchas de liberación.

La doctrina peronista, con las tres banderas históricas, tuvo la virtud de fusionar dentro de un todo indivisible la soberanía, la independencia y la justicia (social). Demostró así la reciprocidad, por la cual una no puede ser sin la otra, ni éstas sin el todo.  Y el pueblo -siempre el pueblo- como partícipe necesario de toda construcción de Patria. En esa construcción constante, siempre inacabada, siempre por hacerse, el pueblo construye cultura. Así como Fanon aporta la existencia de la cultura nacional como condición de la lucha popular, el peronismo desde la política internacional de la tercera posición nos deja el desafío de la unidad latinoamericana. Es que la unidad política y económica ganará en capacidad de trascendencia en el tiempo si también es cultural. Por eso, el General Perón se refirió tanto a la aproximación espiritual como a la colaboración económica de los pueblos de América.

Considero que estos llamamientos de Juan D. Perón a la unidad de los pueblos latinoamericanos, y del Tercer Mundo, hoy debemos militarlos como la construcción de una hegemonía a nivel global que se erija sobre los principios de un humanismo capaz de logar relaciones de paz entre los seres humanos, y en la relación de éstos con el medio ambiente. Como dijo Perón: “solamente la conformación de un Tercer Mundo podría ser la garantía que espera la raza humana para disfrutar de un modo mejor, donde no existan niños de corta edad que se mueran sin ver la vida, ni seres humanos que padezcan miserias y enfermedades por falta de atención o de elementos sanitarios. Si los diversos continentes no se unen estrechamente, llegará el día en que faltando los alimentos y las materias primas, que ya están en plena escasez mundial, veremos a los fuertes tomar desconsideradamente aquello que les pertenece, anexando o eliminando, según su conveniencia, a los países como si fueran meros juguetes.”

En ese sentido, Cristina en Cuba señaló que hoy ya no está en discusión el capitalismo, sino, en todo caso, quién conduce el proceso. Si lo hace el mercado o si lo hace el Estado. Eso nos ubica en la necesidad de hacer una defensa del Estado como conductor y regulador de las relaciones económicas y sociales. Agrego -para pensar- la paradoja de que la globalización haya agudizado la separación entre el poder y la política. Si, como diría Zygmunt Bauman, el verdadero poder fluye gracias a una movilidad nunca tan irrestricta y se hace virtualmente global, mientras que el Estado retrocede en su capacidad de legitimar, promover e instalar conjuntos de valores consistentes y cohesivos, se nos plantea una dificultad. Es en ese punto donde se abre el desafío de las organizaciones políticas y sociales. Fortalecer al Estado siempre que nos convoque a la lucha contra una concentración de capitales financieros que parece avanzar sin reconocer ningún límite de fronteras, soberanías ni concentración. Paralelamente, construir la organización popular que nos permita la administración de las herramientas de ese mismo Estado para la transformación de la realidad. Tarea tan compleja como justa, tan difícil como necesaria, tan política como ética.


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