La lucha de todo el pueblo: Historia del movimiento obrero organizado | Por Samira Hosain

Por Samira Hosain
Responsable de Logística de Tres de Febrero y Militante Sindical
Organización Peronismo Militante Tres de Febrero

“…Creo que mi muerte ayudará a la causa con que me desposé desde que comencé mi vida, y amo más que a mi vida misma, la causa del trabajador.” 

Adolph Fischer, anarquista y sindicalista juzgado y ejecutado en Chicago, Estados Unidos 



Mayo es un mes marcado por una historia, una tradición de lucha que comenzó un primero de mayo de 1886 en la ciudad estadounidense de Chicago. Hacia la segunda mitad del siglo XIX, en Estados Unidos, las innovaciones tecnológicas modificaron sustancialmente las formas de trabajo. De la clásica artesanía manual se pasó a la concentración obrera en grandes centros fabriles en las periferias de las ciudades. El desarrollo del transporte y las comunicaciones hicieron el resto, impulsando el comercio y la economía. Simultáneamente la concentración en los suburbios de las grandes ciudades iba dando forma a auténticos cinturones proletarios, con poblaciones hacinadas en barracas, tugurios y conventillos cercanos a los centros de producción. Mientras tanto, el obrero recibía apenas una ínfima parte de la riqueza que crea con su trabajo, en agotadoras jornadas de 14 a 16 horas diarias. El grueso del gasto familiar es aportado por el varón, ya que la mujer recibía un pago muy inferior al de aquél. En este país se llega a emplear en 1880 a más de 1.700.000 niños de entre 10 y 15 años, con salarios por lo general aún menores que los de las mujeres. Como réplica a tamaña explotación, surgen los primeros sindicatos y asociaciones gremiales, que reclamarán una jornada de 8 horas diarias de trabajo, y serán los anarquistas y los socialistas quienes encabezarán aquella difícil y desigual lucha. 

En noviembre de 1884 se celebra en Chicago el IV Congreso de la Federación Estadounidense del Trabajo (American Federation of Labor), de orientación anarquista-socialista. Allí se resolvió que a partir del 1º de mayo de 1886 se obligaría a los patrones a respetar la jornada de 8 horas, y que, de lo contrario, se convocaría a la huelga general. Pero en aquel año y medio los logros fueron muy escasos, y el 1° de mayo de 1886 se inició una huelga en la que trescientos mil trabajadores pararon todo el país. En Chicago, la adhesión llegó a 65.000 trabajadores, con la policía patrullando las calles, acompañada de elementos patronales, y creando un clima cargado de sombríos presagios. Si bien el primer día transcurrió en calma, los hechos se precipitaron en el día tres. De un acto en el puerto se separa un grupo de 200 trabajadores que comienza a hostigar a los rompehuelgas que salían de la fábrica Mac-Cormick. Minutos después aparecen más de 200 policías e inician una represión que deja cuatro obreros muertos y cuantiosos heridos. Al día siguiente se convocó a una manifestación de repudio en la plaza Haymarket, al sur de Chicago, a la que asisten entre 3.000 y 15.000 trabajadores. Allí, mientras hablaba el último orador del acto, irrumpen en la plaza 1.890 policías, y comienza un brutal enfrentamiento entre estos y los manifestantes, que culminó con un policía muerto y numerosos heridos. La reacción policial fue violenta, con disparos sobre la multitud que produjeron 40 muertos y más de 200 heridos. 

Aunque nunca fue esclarecido el origen de la explosión que provocó la muerte del policía, ocho dirigentes de la Central de Trabajadores fueron detenidos. Tras un proceso viciado de irregularidades y con el concurso de testigos falsos, el tribunal condenó a uno de ellos a 15 años de trabajo forzado, dos de ellos a cadena perpetua, y los cinco restantes fueron ejecutados en la horca, el 11 de noviembre de 1887. 

Sin dudas, la Revolución Industrial se proyectó en la matriz productiva tanto latinoamericana como argentina, de modo tal que los primeros acercamientos al movimiento obrero tal como hoy lo conocemos estuvieron signados por la represión, la protesta y los reclamos incesantes de miles de trabajadores y trabajadoras que buscaban organizarse con el fin último de conquistar sus derechos, en el marco de una sociedad mejor, en una nación mejor. 

Hacia mediados del siglo XIX la industria era incipiente y se desarrollaba en torno a los oficios tradicionales como la alimentación, el vestido, o las actividades artesanales, que se organizaban en pequeños talleres o en el domicilio propio. Con el paso del tiempo, el proceso de desarrollo técnico y las necesidades que el mismo demandaba posicionan a la inmigración en un lugar de influencia en la sociedad y la economía, en gran parte por la falta de mano de obra calificada local. Y fueron los inmigrantes europeos identificados con los ideales socialistas y anarquistas quienes llevaron a cabo los primeros intentos de organización. Las corrientes inmigratorias de aquél entonces trajeron a nuestro suelo artesanos propietarios de sus instrumentos de producción, obreros especializados, que en Europa eran víctimas de persecución por parte de los gobiernos alemán, francés e italiano. 

La heterogeneidad de la estructura productiva local y de la fuerza laboral contribuyen a que las primeras acciones obreras sean ideológicamente plurales y desagregadas en términos organizativos. Entre 1853 y 1890, bajo el sistema que se conoció económicamente como “modelo agroexportador”, surgen las experiencias organizativas pioneras de la clase obrera argentina. La primera entidad obrera de la que se tiene registro es la Sociedad Tipográfica Bonaerense, de 1857. Será este el primer gremio en brindar servicios culturales y sociales, además de ser una sociedad de resistencia. Y se habla de sociedad de resistencia porque fueron quienes lideraron la primera huelga obrera, en la que se consigue una jornada de trabajo de 10 horas en invierno y 12 horas en verano, y le abre así camino a los panaderos (Sociedad de Resistencia de los Obreros Panaderos, de 1887), los molineros, los albañiles, los sastres y yeseros, que continúan reivindicando los derechos laborales. 

La huelga se fue convirtiendo en estrategia de lucha y en herramienta fundamental del movimiento obrero argentino. Esto así porque fomentaba la solidaridad y, en consecuencia, reforzaba la identidad de clase. En este período, muchas de ellas fueron en solidaridad con los reclamos de otros trabajadores o contra la acción del estado (la represión de protestas o legislación represiva). 

En la década de 1880 se crearon 21 sindicatos, y al finalizarla se produjo la segunda gran crisis económica, que trajo una abrupta baja en los salarios y un crecimiento de la desocupación. Entre 1881 y 1890 se registraron 48 huelgas que corresponden a un período de resistencia esporádica en consonancia con el estado de evolución de la industria y la conformación de la clase obrera que se producía con la crisis. Fue en 1890 cuando se organizó por primera vez en el mundo el Día Internacional de los Trabajadores, y en Argentina se realizaron actos en Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca y Chivilcoy. Esa primera movilización de trabajadores en Argentina tomó dos grandes decisiones que marcarían al movimiento obrero argentino: primero, que era necesario organizar una Federación Obrera unitaria que reuniera a todas las corrientes; segundo, un Petitorio de 12 puntos al Congreso Nacional, que firmaron 7.422 obreros, solicitando la sanción de una lista de "leyes protectoras de la clase obrera". 

En 1901, veintisiete gremios socialistas y anarquistas se unieron para conformar una entidad que los agrupara, los condujera y que representara al movimiento sindical argentino. Así se formó la Federación Obrera Argentina (FOA), que aglomeraba tanto a los trabajadores anarquistas como a los socialistas. Sin embargo, las posturas encontradas entre estas dos corrientes dividieron al movimiento obrero. Los socialistas tenían una postura reformista porque sostenían que se podía reformar la sociedad mediante la acción parlamentaria. Los anarquistas rechazaron una salida política y se opusieron a recurrir a los poderes públicos para obtener mejoras. Para crear una sociedad nueva había que destruir la sociedad burguesa y capitalista. Los sindicatos debían ser sociedades de resistencia para la lucha económica. En 1903 los socialistas se separaron para crear la Unión General de Trabajadores (UGT), mientras que en 1904 los anarquistas la cambiaron el nombre a la FOA para constituir la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). Esta etapa estuvo marcada fuertemente por la presión de los empresarios por reprimir al sindicalismo, y por la combatividad de los obreros que se veía reflejada en huelgas cada vez más importantes. 

El 1° de mayo de 1909 se produjo la primera reivindicación que deviene en masacre de obreros en Argentina. La FORA anarquista y el Partido Socialista habían convocado a actos separados. Ese día por la tarde, poco antes de que empiecen a hablar los oradores de la FORA, el Jefe de Policía en persona, coronel Ramón L. Falcón, dio la orden de disolver el acto. Para dispersar a la multitud, la policía comenzó a disparar contra los manifestantes. Murieron doce obreros y más de ochenta resultaron gravemente heridos. Además, cientos de ellos fueron detenidos. Luego de aquella trágica jornada, la FORA y la UGT, con el apoyo del PS, convocan a huelga general por tiempo indeterminado. La respuesta fue contundente: Buenos Aires y los principales centros obreros del país quedaron completamente paralizados durante una semana. El 4 de mayo, unas trescientas mil personas asistieron al entierro de los obreros que murieron en la brutal represión que había sucedido tres días atrás. La huelga continuaba, y el gobierno buscaba quebrarla. La ciudad es ocupada por el ejército para reforzar a una policía desbordada, y son clausurados los locales obreros para evitar las asambleas; pero estas se realizaron igual, en la calle. Cientos de militantes gremiales y políticos, anarquistas y socialistas, son encarcelados. Finalmente, el 8 de mayo el gobierno se reúne con el comité de la huelga y acepta negociar con estos, lográndose la libertad de los presos y la reapertura de los locales obreros. Era la primera vez en la historia de las huelgas generales que un gobierno pactaba con los obreros organizados. 

La FORA fue la central sindical que distinguió al movimiento obrero argentino en su primera época. A pesar de que todas las corrientes sindicales querían una sola central, las luchas internas dividieron a la FORA en dos: la FORA anarquista o FORA del V Congreso, y la FORA del IX Congreso, donde convivían las demás corrientes. Con la conquista de la democracia en 1916, la FORA creció y se convirtió en una de las organizaciones sindicales más importantes del mundo. Pero los conflictos sociales y políticos se multiplicaban con los años, y esto se traducía en un reclamo de la sociedad por tener mayor participación en los asuntos públicos, y, sobre todo, de los movimientos de trabajadores, que comenzaban a tener un rol cada vez más importante. El presidente de ese entonces, Hipólito Yrigoyen, de la Unión Cívica Radical (UCR), tuvo una postura contradictoria frente al movimiento obrero ya que, si bien hubo avances en materia laboral, durante los años que seguían tuvieron lugar dos de las masacres obreras más trascendentales y violentas de la historia argentina: la Semana Trágica en 1919 y la Patagonia Rebelde en 1922. 

La Semana Trágica comenzó en la tarde del 7 de enero de 1919, cuando los trabajadores en huelga de los talleres metalúrgicos Vasena marcharon a los depósitos de la empresa. Reclamaban que la jornada laboral bajase de once a ocho horas, un aumento en los jornales, descanso dominical y la reincorporación de delegados echados por la empresa. El conflicto había empezado un mes antes, y se habían instalado piquetes obreros en las inmediaciones de la fábrica. Cuando los trabajadores impidieron que los “rompehuelgas” ingresen a trabajar, efectivos policiales que vigilaban la fábrica comenzaron a disparar a hombres, mujeres y niños. Hubo cuatro muertos y más de treinta heridos. La huelga general era un hecho la noche del 7 al 8 de enero, mientras se velaba a los masacrados. El 9 de enero Buenos Aires era una ciudad paralizada; no hubo transporte y se bloquearon los accesos a la fábrica Vasena. Un delegado de la FORA del IX hablaba a los presentes en un acto en conmemoración a los fallecidos del día 7, cuando comenzaron los disparos de policías. Se contabilizaron más de cincuenta muertos. El conflicto escaló en violencia hasta llegar a una situación de represión ilegal generalizada, que convirtió a los barrios obreros en zonas de guerra durante toda una semana. Los números que dejó este evento fueron verdaderamente desgarradores: 800 muertos y más de 50.000 detenidos. La Semana Trágica va a señalar el punto más alto y, a su vez, el inicio de la decadencia del modelo de lucha sindical conducido por la FORA

Otro de los momentos más trágicos de nuestra historia en lo que refiere al movimiento obrero ocurrió en Río Gallegos, Santa Cruz, cuando miles de trabajadores de una Patagonia helada se revelaban contra condiciones laborales y de vida inhumanas. Para comenzar a hablar de los tristes sucesos acaecidos en las estancias patagónicas durante la segunda década del siglo pasado, es necesario antes construir un pequeño marco donde poder insertarlos. La Revolución Bolchevique de 1917 y el término de la Primera Guerra Mundial en 1918, fueron hitos en la historia universal que dieron lugar al incremento de los conflictos sociales. Las masas de trabajadores, víctimas de la crisis económica devenida de la posguerra, tomaron la revolución rusa como ejemplo inspirador, y se organizaron para luchar contra las injusticias padecidas. En territorio argentino, como vimos, desde 1917 se producen huelgas de trabajadores que eran fuertemente reprimidas. En el invierno de 1920, los peones de las estancias patagónicas declararon la huelga general, luego de un conflicto que se centraba en mejoras salariales y condiciones de trabajo dignas. Había comenzado con una huelga contra la explotación de los obreros por parte de sus patrones en el sur argentino. En enero de 1921, el presidente Hipólito Yrigoyen envió a tropas del ejército comandadas por el teniente coronel Héctor Benigno Varela con órdenes de “normalizar” la situación. El conflicto parecía llegar a una solución, con la firma de un pliego que contenía las mejoras en las condiciones laborales, firmado por los patrones del sur. Los obreros habían logrado, mediante la fuerza de la unión, un convenio que no se había conseguido en ninguna otra parte del país. Sin embargo, los terratenientes decidieron desconocer el pliego, y los trabajadores declararon la huelga general. Así se desató la tragedia: en total, unos 1500 obreros y líderes sindicales fueron fusilados, y más de un millar fueron encarcelados. 

En 1922 los sindicatos intentan nuevamente crear una central sindical única. Aunque el intento fracasó, el resultado fue la disolución de la FORA del IX Congreso y la creación de una nueva central: la Unión Sindical Argentina (USA), dominada por los sindicalistas revolucionarios. Ese mismo año se creó un gremio de suma importancia, porque será el de mayor cantidad de afiliados, que fue la Unión Ferroviaria. Adoptó un sistema de organización diferente, ya que al ser unión y no federación tendrá una estructura vertical centralizada. No adherirá a la USA, sino que sobre su base se organizará, en el año 1926, una nueva central, la Confederación Obrera Argentina (COA). La COA adoptó un principio de organización de gran importancia, y que la hacía diferir totalmente de la FORA y de la USA: adoptaba como forma básica de organización el sindicato de rama. Más allá de las caídas que había sufrido el movimiento obrero a lo largo de aquella época, en los años que siguieron el sindicalismo argentino comenzaba a preparar sólidas estructuras sindicales capaces de negociar con las grandes empresas, las organizaciones empresariales y el gobierno. La crisis económica mundial de 1929 y el golpe militar de 1930 abrieron la puerta a un cambio completo del modelo económico de Argentina, que tendrá consecuencias profundas para el movimiento obrero y el sistema de relaciones laborales. Aquel golpe, junto con la inmediata ilegalización de la FORA del V Congreso y el comienzo de la represión al conjunto del movimiento obrero, precipitaron la unidad. Convocados por la Federación Obrera Poligráfica Argentina (FOPA), la Unión Sindical Argentina (USA), la Confederación Obrera Argentina (COA) y algunos sindicatos autónomos se reunieron para avanzar hacia su unificación en una sola central de trabajadores. Fue así que el 27 de septiembre de 1930 se fundó la Confederación General del Trabajo (CGT). Su creación fue, sin dudas, un acto de gran trascendencia en la vida política de Argentina, porque preparaba las condiciones para que la clase obrera dejara de ser un actor marginal del proceso histórico, para convertirse en protagonista. 

En 1943 el movimiento obrero se mostraba inicialmente perplejo frente a la situación que atravesaba el país a raíz del golpe de estado que derrocó al fraudulento gobierno de Ramón Castillo, e indeciso sobre la posición que se debía adoptar. Pero algunos dirigentes sindicales decidieron intentar una estrategia de alianzas con algunos sectores del gobierno militar. El elegido para intentar aquello fue el coronel Domingo A. Mercante, hijo de un dirigente sindical ferroviario, quien convocó a su vez a su íntimo amigo, el también coronel Juan D. Perón. Así comenzaría una etapa de conquista de derechos para el movimiento obrero, que tiene su punto de partida en la creación de la Secretaría de Trabajo, de la cual Perón fue nombrado director. Desde allí, y con el apoyo de los sindicatos, desarrolló gran parte del programa sindical histórico: se crearon los tribunales de trabajo; se sancionó el Decreto 33.302/43 extendiendo la indemnización por despido a todos los trabajadores; más de dos millones de personas fueron beneficiadas con la jubilación; se sancionó el Estatuto del Peón del Campo y el Estatuto del Periodista; se crea el Hospital Policlínico para trabajadores ferroviarios; se prohíben las agencias privadas de colocaciones; se crean las Escuelas Técnicas dirigidas a obreros; en 1944 se firmaron 123 convenios colectivos que alcanzaban a más de 1.400.000 obreros y empleados, y en 1945 otros 347 para 2.186.868 trabajadores. No hay dudas de que comenzaba una etapa de logros importantes para todo el colectivo de los trabajadores. 

Por otro lado, se encontraban las cámaras patronales que reclamaban la derogación de las leyes laborales. En respuesta a ello, la CGT convocó a un acto masivo en el que se escucharía una frase que se volvería histórica: “¡Perón es el primer trabajador!”. El nombre de Perón sonaba entre la multitud de los trabajadores en cada movilización, en la voz de cada dirigente del movimiento obrero. El 9 de octubre de 1945 Perón renuncia obligado a sus cargos de vicepresidente de la Nación, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión, y fue luego detenido; pero los trabajadores no se quedarían esperando y el 17 de octubre de ese mismo año se va a producir la manifestación obrera más importante de la historia argentina. Cientos de miles de trabajadores y trabajadoras se movilizaron hacia la Casa de Gobierno, reclamando la libertad de su líder. La movilización fue masiva y obligó al gobierno a liberar a Perón, que sería elegido presidente cuatro meses después. 

“Muchas veces he asistido a reuniones con trabajadores, pero esta vez sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Patria (...) ¡Únanse! Sean hoy más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse la unidad de todos los argentinos”. Así le hablaba Perón al pueblo trabajador aquel día, y asume la defensa de los trabajadores como la columna vertebral de su movimiento. Fue así que en 1947 promulga La Declaración de los Derechos del Trabajador, expresando en su preámbulo que los derechos derivados del trabajo constituyen atributos naturales inalienables e imprescriptibles de la personalidad humana; y en 1953, durante su segundo gobierno, se sancionó la Ley 14.250 de Convenios Colectivos de Trabajo, consolidando el papel central de la negociación colectiva en las relaciones laborales. Además, el movimiento obrero peronista estableció un vínculo especial con Eva Perón, quien comenzaría a ser la voz de los trabajadores. Tras la asunción de Perón en junio de 1946, Eva Perón comenzó a recibir delegaciones obreras que solicitaban su intervención para obtener mejoras o su colaboración en la solución de problemas laborales y gremiales. Su actividad también comprendía la visita a fábricas y la asistencia a actos y convenciones sindicales. Las acciones de intermediación en conflictos, firma de convenios colectivos y acuerdos reglamentarios la fueron acercando cada vez más al entramado de la red sindical, y su contacto diario con los gremios hizo que su figura ganara afición entre los delegados y dirigentes sindicales. El reconocimiento a las gestiones de Evita por parte de un sector cada vez más importante del arco sindical fue profundizando los lazos de filiación entre ambos. Hacia fines del año 1947, la propia Evita comenzaba a presentarse ante los gremios con un vocablo que marcaba esa camaradería con los trabajadores: la “compañera Evita” sería de ahora en más quien los reciba y atienda sus reclamos. Por el trabajo que Evita había realizado por y con los trabajadores o, como ella los llamaba, “sus descamisados”, se convertiría en su abanderada, y en ella identificarían a su líder. 

El trabajador pasó a ser, con los gobiernos peronistas, más que un asalariado; se convertiría en un verdadero sujeto de derechos y en un reconocido actor político. El trabajador era el sujeto histórico de transformación de la sociedad. Sucedieron eventos y golpes y Juan Domingo Perón siempre se mantuvo bajo la promesa de que no se desandaría el camino ganado en derechos sociales. 

En el año 1955, un golpe militar derrocó al gobierno peronista. La respuesta de la clase trabajadora frente al golpe fue inmediata: movilizaciones de las bases, asambleas en fábricas, huelgas y sabotajes serían una constante ante el atropello impuesto por los 'libertadores", que intervinieron la CGT, asaltaron con comandos civiles a los sindicatos, inhabilitaron a miles de dirigentes en su mayoría peronistas, e hicieron de las cárceles el destino de muchos de éstos. Ante la imposibilidad de una recuperación rápida del gobierno, se hizo necesario replantear la lucha, variando de un enfrentamiento directo a uno indirecto. La posibilidad y la necesidad de recuperar los sindicatos en manos de los interventores militares motoriza al activismo gremial, que conforma con ese objetivo las Agrupaciones Sindicales. En los años 1956 y 1957, la lucha por la recuperación de los gremios se centró fundamentalmente en los sindicatos industriales. Los sindicatos y delegaciones regionales recuperadas formaron la “Intersindical”, que el 12 de julio de 1957 lanzó un paro general que fue acatado en todo el país, obligando al gobierno a convocar al Congreso Normalizador de la CGT intervenida hasta ese momento. De los 94 gremios presentes se retiran 32. Esta actitud lleva a la ruptura del Congreso y el nacimiento de las "62 Organizaciones' integradas por los sindicatos que permanecieron en el recinto. Este hecho histórico revitalizó al peronismo en su conjunto ya que constituyó la culminación de un esfuerzo por vertebrar una rama gremial peronista en las difíciles y duras condiciones impuestas por el régimen oligárquico. El Movimiento Obrero continuó asestando golpes al gobierno dictatorial a pesar del estado de sitio, de los encarcelamientos y proscripciones de dirigentes. El 27 de septiembre de 1957 cuarenta gremios recuperados convocaron a un paro nacional que fue unánime. En ese marco de resistencia obrera y lucha política del peronismo contra las proscripciones y la entrega, la CGT de Córdoba convocó a un Plenario Nacional de Delegaciones Regionales de la CGT y de las 62 Organizaciones, realizado en la localidad de La Falda, donde se aprobó un programa obrero, que constituyó un auténtico programa de gobierno enmarcado en las grandes banderas históricas del peronismo, y un verdadero aporte del Movimiento Obrero Argentino en la lucha por la Liberación Nacional y Social de la Patria. 

En esos años, las luchas sindicales fueron más allá de las reivindicaciones laborales concretas, adhiriendo a una posición antiimperialista, en coincidencia con los partidos políticos populares y el movimiento estudiantil. En 1959, como parte de una política de recortes acordada con el Fondo Monetario Internacional, el presidente de ese entonces, Arturo Frondizi, impulsó la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre. Frondizi, candidato por la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), había ganado las elecciones de 1958 luego de un pacto que selló con Perón -exilado en Caracas y proscripto- por el cual el mandatario electo se comprometía a legalizar los sindicatos y otorgar un aumento salarial del 60 por ciento. La privatización del frigorífico Lisandro de la Torre desató la inmediata reacción de sus 9.000 empleados. El dirigente del Sindicato de la Carne, Sebastián Borro, se puso al frente de una gran acción de protesta que movilizó a los trabajadores del Lisandro de la Torre, quienes en una multitudinaria asamblea decidieron la toma del establecimiento y se declararon en huelga. La medida concitó el apoyo de los vecinos de los barrios de Mataderos, Lugano, Villa Luro y Floresta, que en solidaridad con la huelga se congregaron en la entrada del frigorífico, donde podía leerse una pancarta: "En defensa del patrimonio nacional". Pocos días más tarde, el gobierno ordenó recuperar las instalaciones con 1.500 efectivos de la Policía Federal, la Gendarmería y el Ejército, que ingresaron fuertemente armados y con el apoyo de tanques. Los principales dirigentes de la toma son detenidos y 5.000 trabajadores de la industria de la carne fueron cesanteados tras la privatización. Aunque en términos políticos y laborales la toma del Lisandro de la Torre significó una derrota para los trabajadores, ya que no pudieron frenar la privatización del frigorífico, la medida de fuerza marcó el inicio de un período de alta conflictividad sindical. 

En 1962, la economía argentina transitaba por un período recesivo que redundó en un severo deterioro de las condiciones de vida de los sectores populares. Frondizi había sido derrocado por un gobierno militar y, mientras tanto, la CGT atravesaba un proceso de normalización que culminó en enero de 1963 con un Congreso en el cual se aprobó un documento que contenía amplias demandas antirepresivas, democráticas y de transformaciones económicas y sociales, tales como la reforma agraria, la anulación de los contratos petroleros suscriptos durante el gobierno de Frondizi y la participación de los trabajadores en los órganos de conducción de la vida económica de la nación. A poco de asumida la nueva comisión directiva de la CGT, se dispuso la aplicación de un Plan de Lucha que se inició con una semana de protesta y un paro general el día 31 de mayo, con demandas inmediatas tales como aumentos de salarios, control de costos y fijación de precios máximos para artículos de primera necesidad, plena ocupación, pago de pensiones y jubilaciones atrasadas, créditos para reactivación de la producción, viviendas populares, reincorporación de cesantes por conflictos laborales, entre otras. Tras la asunción del gobierno radical de Arturo Illia, en octubre de ese año, la CGT exigió el cumplimiento de un conjunto de demandas a través de la organización de concentraciones y un paro de seis horas en diciembre. Ante la inobservancia de las exigencias, en el mes de enero se anunció la continuidad del Plan de Lucha, en tanto se incrementaba la conflictividad obrera por sectores y lugares de trabajo. El Plan contemplaba dos etapas: una primera de preparación y agitación mediante la realización de reuniones, asambleas y actividades públicas de difusión, y una segunda de ocupación de los centros de producción agropecuarios, industriales y comerciales. Esta segunda etapa llevó a la ocupación de unas 11.000 fábricas durante 1964. Illia respondió escalando el conflicto y aprobando el Decreto 969/1965, reglamentando la ley sindical, prohibiendo la actuación política de los sindicatos y habilitando la creación de sindicatos paralelos. 

En 1968, luego del golpe militar dirigido por el General Onganía, la CGT se dividió: por un lado, la CGT de los Argentinos, opuesta abiertamente al gobierno militar, y por el otro la CGT Azopardo, de tendencia dialoguista. El 1º de Mayo de ese año la CGT de los Argentinos emitió un mensaje a los trabajadores y al pueblo argentino llamando a oponerse a la dictadura, pero que se destaca también porque introduce un nuevo discurso en el movimiento sindical argentino, señalando la necesidad de impulsar un proceso de "unidad nacional". En mayo de 1969, el descontento popular contra el régimen militar instaurado hacía tres años comenzó a manifestarse con huelgas y marchas en las ciudades más importantes del país. El 29 de ese mes se inicia en la ciudad de Córdoba un paro activo del sindicato de los mecánicos (SMATA), que recibe la inmediata adhesión de estudiantes universitarios, jóvenes de los barrios y sectores de clase media. La manifestación se trasforma en ocupación de la ciudad, que queda sin luz por la acción del Sindicato de Luz y Fuerza. Esa noche el ejército entró a la ciudad. Al día siguiente el levantamiento se fortalece, por la huelga general que declaran las dos CGT, y que tiene una adhesión total. Este hecho conocido como “El Cordobazo” impulsó fuertemente la movilización contestataria, con gran adhesión de los jóvenes. 

El movimiento obrero argentino quedaría fuertemente marcado por el gobierno de Perón (1946-1955), pero también por la ola represiva y la persecución antisindical que se desencadenó luego de 1955. Los sindicatos buscaron sobrevivir, combinando pragmáticamente confrontación con negociación. Para eso construyeron organizaciones fuertes y disciplinadas, con una amplia red de delegados en las empresas, elegidos por el conjunto de los trabajadores, que les permitieron influir en el mercado de trabajo y la producción. De este modo, el movimiento sindical pasó a ser la resistencia del peronismo, que vuelve al poder en el año 1973. A partir de allí tuvieron lugar eventos sumamente significativos para el pueblo trabajador, que se tradujeron en la sanción de la Ley de Contrato de Trabajo, redactada por el abogado laboralista marplatense Norberto Centeno, y la sanción de una nueva Ley de Asociaciones Profesionales, fuertemente protectora del sindicato único y que permitía expresamente su actuación política. 

No hay dudas de la importancia que tuvieron la constitución de los sindicatos en la Argentina y su fuerza y aporte en la planificación económica del país entre 1945-1955 y luego entre 1973-1976. Sin embargo, a partir de 1976, con la dictadura cívico-militar, tuvo lugar la desaparición del mayor número de trabajadores, dirigentes y activistas políticos y sindicales, en manos del terrorismo de Estado. Muchas de las conquistas obtenidas a través de la Ley de Contrato de Trabajo se anularon, y se dejaron sin efecto decenas de convenios colectivos. El movimiento obrero argentino opuso una considerable resistencia a la dictadura militar, cuando ya desde el primer mes se habían registrado importantes huelgas. La CGT había sido intervenida y luego disuelta, y volvería a unificarse recién en 1983, meses antes de que asumieran las nuevas autoridades democráticas. Hasta el año 1989, la CGT conserva su unidad orgánica y su capacidad de liderar al movimiento obrero como un todo. Pero el gobierno de Carlos Menem realizó un viraje político y apartó a los sindicatos de los centros de poder, para emprender una serie de reformas económicas y laborales, de tipo neoliberal, que impactaron negativamente sobre la situación del trabajo. Estos años en los que la lucha y la resistencia volvían a ser protagonistas, significaron un fuerte avasallamiento de los derechos obtenidos a lo largo de la historia por los trabajadores, que perduró por más de una década. 

El movimiento obrero sufrió rupturas a lo largo de toda la historia, y la concreción de las reivindicaciones históricas estuvieron signadas por fuertes represiones, que le habían costado la sangre, la cárcel y la vida a cientos de trabajadores populares que, con el gobierno de Perón, habían logrado torcerle el brazo a la vieja Argentina oligárquica, y lograron ser reconocidos como sujetos de derecho, en un plano de igualdad. Recordarlos y reivindicar su lucha es una tarea que nos demanda el mandato histórico como sujetos miembro de este movimiento, teniendo presentes las palabras de nuestra líder espiritual que entregó la vida a la causa de sus “descamisados”, para que esa lucha siga siendo aún hoy nuestro estandarte: “Esta es la definición del peronismo auténtico (...), sin otro interés, sin otro cálculo, sin otra proyección que el bienestar de la Patria, traducido en el bienestar de los trabajadores en sus múltiples actividades”.

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