La sangre derramada | Por Ana Rodríguez Pros

Por Ana Rodríguez Pros
Responsable de la Secretaría de Formación Política Regional Noroeste
Organización Peronismo Militante Tres de Febrero


“No tiene final un poema para el amigo asesinado.
Tampoco tiene final esta lucha que nos envuelve y desgarra.
La derrota es hoy la gran señora impía
que todo lo corrompe.
Pero ella no es eterna (...)”
Vicente Zito Lema, Barcelona, 197

Hito: “Acontecimiento puntual y significativo que marca un momento importante en el desarrollo de un proceso o en la vida de una persona”. El hecho mundialmente conocido como la masacre a los mártires de Chicago en 1886, conforme a la sencilla conceptualización antes expuesta, significó un hito en la Historia de la larga e inacabada lucha de los trabajadores y trabajadoras. Cuánto más grato y significativo hubiera sido que tal hito marcara el cese del derramamiento de sangre por parte de los trabajadores y trabajadoras… Pero antes y aún después, con cierta cadencia dialéctica la búsqueda de conquistas de derechos estuvo signada por el hambre, la organización, la represión y la muerte.
Intentar acercarse y comprender la Historia de los hombres y mujeres de trabajo en la Argentina, Latinoamérica y el mundo, es sin duda complejo: muchas perspectivas se entrecruzan. Por nombrar algunas, es la historia de un colectivo inmerso en contextos históricos, geográficos, políticos, jurídicos, económicos, etc.
Este humilde ensayo es un esfuerzo por circunscribir esa tragedia que damos en llamar Historia de los trabajadores y trabajadoras. Pero es menester que juntos recorramos los recortes claramente conscientes, subjetivos y caprichosos imprescindibles para profundizar en esa circunscripción. Resulta más complicado de lo esperado para esta militante, trabajadora y profesional, a su vez hija, nieta y bisnieta de trabajadores y trabajadoras recortar actores fundamentales en el devenir de esto que angustiosamente hemos denominado tragedia: “Obra dramática de asunto serio en que intervienen personajes nobles o ilustres y en la que el protagonista se ve conducido, por una pasión o por la fatalidad, a un desenlace funesto”. ¿Será así?
Interpela la resistencia de un sujeto colectivo que deviene héroe tracción a sangre, literalmente. ¿Cuántos compañeros y compañeras han pagado con su vida la conquista de derechos que día a día tenemos que resguardar del egoísmo neoliberal que tampoco cesa en sus embates?. El héroe es colectivo, pero ese colectivo está conformado por hombres y mujeres, con rostros, cuerpos, trayectorias. Este ensayo busca el ejercicio introspectivo de alzar la vista y visualizar un sin fin de hombres y mujeres organizándose aún siendo tildados de asociación ilícita, vivenciarlo, meterse entre las huestes que pasan y con ellos y ellas pasan los años. Y las demandas persisten y la lucha continúa. Y los soldados caen, y otros soldados nacen. Y se pierde, se conquista y surgen nuevas necesidades, naciendo entonces el reclamo de nuevos derechos. Todo este colectivo humano existió y existe por cientos de miles de anónimos que hicieron lo propio para que el primero funcione como un puño.
Intentar, en torno a lo que desde este humilde blog hemos dado en llamar el MES DEL TRABAJADOR, compartir algunas palabras sobre dos luchadores puntuales es sin duda injusto. Tal como decíamos más arriba, es caprichoso. Habiendo tanto trabajador, tantos dirigentes sindicales de base o de federaciones y confederaciones; tanto intendente, gobernador, ministro, que se ha puesto al hombro la conquista de derechos o el amparo de los laburantes; habiendo jueces que han sino derruido, erosionado la asimetría entre patrón y trabajador; habiendo legisladores a lo largo y lo ancho del país movilizados y movilizando todo a su paso en pos de leyes más dignas… ¿Qué sentido tiene reparar en dos abogados en el Día del Trabajador? 
Yo también me lo pregunto. Y la única respuesta que encuentro para no perderme en la ansiedad y consecuente frustración por la imposibilidad de abarcarlo todo, es diversificar los rostros. Mucho se ha escrito, evangelizado y demonizado, sobre las partículas componentes del héroe colectivo, que no son ni más ni menos que simples mortales. De Perón a Rucci, o Ubaldini; de los pilares técnicos de la Constitución del ‘49; de Felipe Vallese, compañero metalúrgico y primer desaparecido. Entonces a la pregunta ¿Por qué Ortega Peña y Centeno para este suplemento tan particular? respondo con la pregunta ¿Por qué no? No me conformo con la autorización del lector a incursionar en mi capricho, sino que aspiro a que llegado el final de este ensayo, haberlos persuadido de lo diverso de las misiones complementarias en una misma batalla. Con sus orígenes, su formación académica, sus controversias y polémicas ideológicas, me propongo sembrar la curiosidad por dos cuadros técnicos que han puesto su saber, su expertis, su metié a disposición del sujeto histórico (aunque hoy complejizado), que llamamos MOVIMIENTO OBRERO.

Rodolfo: intelectual, abogado de gremios y gremialista.


“(...) Volveremos del exilio.
Sin pactos con el exterminador.
Sin comercio de nuestros muertos.
O volverán nuestros hijos.
Sé que tus hijos, Rodolfo,
Y mis hijos,
y lo hijos de cada
compañero,
Verán hacerse luz de esta pesadilla
Homenaje a Ortega Peña, in memoriam a los caídos.
Vicente Zito Lema, Barcelona, 1978

Del seno de la oligarquía porteña, a un breve y frustrante interregno en el Partido Comunista, y luego, su pase definitivo a las filas del Movimiento Peronista. Rodolfo Ortega Peña estudió y se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Pese a tener la posibilidad de ser un abogado más al servicio del desprestigio de la profesión, optó por ser un jugador diferente. El chico de doble apellido de la Recoleta no pondrá sus conocimientos a disposición de multinacionales, ni de grandes empresas o capitales: será un profesional militante de una causa mucho más ambiciosa: “Contribuir a que la clase trabajadora pueda reconocerse en la continuidad de sus luchas, triunfos y derrotas, identificándose con sus ideales colectivos en el pasado, para asegurarse la definitiva victoria final en el presente y colaborar también simultáneamente a la nacionalización de los sectores medios, alineados en las torpes, pero aún efectivas, imágenes cipayas de la historiografía mitrista liberal”. 1
¿Cómo empezar a desentrañar quién fue Ortega Peña? Una ascendencia entroncada con la del caudillo independentista, el General Martín Miguel de Güemes; su pasiones: el tenis, la Filosofía y la Epistemología (que comenzaron a declinar a favor de temas más urgentes, como la economía, la cultura y fundamentalmente la política); los fines de semana en Bella Vista con sus amigos y vínculos: desde Ernesto Laclau hasta las tardes en familia con Ernesto Guevara Lynch (padre), Xul Solar, Oliverio Girondo, Rodolfo Puiggrós. Tal como mencionamos, de festejar el golpe de 1955 que ‘derrocó al tirano’, un breve paso por la UCR, 3 años en el Partido Comunista. De leer sobre pensamiento revolucionario a prologar la segunda edición de Imperialismo y Cultura de Hernández Arregui… Por citar algunos datos biográficos que determinarán en parte el costado intelectual y político del abogado.
A mediados de los ‘50, durante su carrera universitaria, comenzó una relación personal y profesional sin fisuras hasta su asesinato, con Eduardo Luis Duhalde, quien militaba en el humanismo, la expresión estudiantil de la democracia cristiana, y luego se sumó al Movimiento Universitario Reformista. Sin haber roto con el PC, Ortega Peña se acercó a la Resistencia Peronista a través de César Marcos, militante del Movimiento, a quien se le adjudica la frase “Inflexible en lo ideológico y flexible en lo político”, y que había caído preso pocos días antes del Levantamiento del General Juan José Valle en junio de 1956: comenzando así un largo proceso de identificación con el peronismo revolucionario, que lo empuja a militar la campaña del dirigente textil Andrés Framini.
1963 será un año bisagra en la vida profesional y política de la dupla de abogados, determinada por el acercamiento al Movimiento Obrero Organizado. Por un lado en lo que respecta a su acercamiento a Fernando Torres, y por medio de él, a la Unión Obrera Metalúrgica y a las 62 Organizaciones; por el otro, porque pudieron ser testigos partícipes del Plan de Lucha para la resistencia y por el regreso de Perón.
El vínculo que los amigos tenían con Fernando Torres, abogado de la UOM y de las 62, fue explicado por Duhalde en Peronismo y Revolución. El debate ideológico político en los 60: una experiencia: “Se normaliza la CGT, empiezan los enfrentamientos, hay muchos detenidos, Fernando estaba solo y nosotros nos ofrecemos para entrar ahí gratis, nunca cobramos… Fuimos nombrados abogados de la CGT porque simplemente nos ofrecimos, en un momento en que ningún otro letrado, salvo Fernando Torres, estaba dispuesto a tomar los aspectos político penales, ya que la colaboración era gratuita y muy riesgosa, a diferencia de los abogados laboralistas que cobraban porcentajes de los juicios sin ninguna zozobra”.
Su vinculación con la UOM les valió una temprana filiación política con el Vandorismo; filiación que determinó su apodo en la época: Rómulo y Remo, porque ambos mamaban de la Loba Vandor. Esta identificación sería un sino que los acompañaría toda su vida pública y política.
Mientras avanzo en repensar su vida profesional, me pregunto: ¿Qué los movilizaba a ponerse a disposición de los sindicatos aún a expensas de su propia vida? “Teníamos una valoración positiva del movimiento sindical en su conjunto, que la mayoría de las expresiones radicalizadas no compartían, analiza Duhalde. “De allí que nos propusiéramos incidir sobre las conducciones sindicales, más allá de su carácter burocrático, tratando de difundir la necesidad de profundizar un proceso de liberación nacional y social contra el sistema de la dependencia y a través de ellas llegar a las bases trabajadoras”. Con esta cita polémica, y que puede ameritar un debate que excede este ensayo, intento poner de manifiesto la misión que la dupla de abogados, en tanto cuadros técnicos, emprendieron: apartándose de vanguardias anti-gremialistas (y por tanto anti-obreras), entienden el carácter protagónico de los trabajadores de cara a la liberación nacional, no sin disputar sentido. Justamente, buscaban persuadir a las dirigencias y bases sobre la descolonización y su rol en esa lucha. En esa tónica, llegaron a ser abogados de 20 sindicatos.
Pero como si el asesoramiento jurídico-político a las organizaciones sindicales en un momento de alta convulsión no fuera suficiente, el compromiso con la causa de los trabajadores los animaría también a desarrollar trabajos de producción intelectual, y no conformes, incluso llegarán a “ponerle el cuerpo” al Plan de Lucha ya mencionado. En ese sentido, por un lado, en Octubre de 1965, a tres años de su desaparición, la dupla de abogados darán a luz a su primer libro, editado por la UOM: “Felipe Vallese: Proceso al Sistema”. El secuestro y desaparición del delegado metalúrgico se había producido en agosto de 1962. La persecución a obreros y dirigentes gremiales no era una novedad, pero el “Caso Vallese” anunciaba la metodología de la desaparición forzada de personas que, a partir de los setenta, se generalizaría. En el libro, retoman el trabajo publicado por el periodista Pedro Leopoldo Barraza en las revistas 18 de Marzo y Compañero, y reseñan las acciones realizadas por el gremio para reclamar por el compañero desaparecido 2. En él, interpelaban a la Justicia y cuestionaban el fallo que, en orden a no haber encontrado el cuerpo desaparecido, había condenado a los responsables de la desaparición por el delito de privación ilegítima de la libertad y no por homicidio. Ortega Peña y Duhalde apuntaron hacia el comisario mayor de la policía bonaerense, Juan Fiorillo, alias “el Tano” o “Saracho”, jefe de la Brigada de Servicios Externos de la Unidad Regional de San Martín, como responsable político y material del secuestro de Vallese. En la causa, se probó que lo torturó y lo asesinó. En 1971, fue condenado a tres años de prisión que no cumplió y para 1974 todos los procesados estaban libres. Fiorillo, el 31 de mayo de 2006, ya retirado fue detenido por el secuestro y la desaparición de la beba Clara Anahí Mariani, hija de militantes montoneros. Sin ánimos de explayarme para no desviar la atención, el Caso Vallese es por sí solo un ejemplo de que la lucha del pueblo trabajador es una causa sangrienta. Ortega Peña, sin el diario del lunes lo comprende y la hace su causa, y es ese uno de los motivos por los que pensé en él para este suplemento.
Por otro lado, tal y como mencionamos anteriormente, en 1963 se puso en juego la primera de las tres etapas del Plan de Lucha que bregaba por exigencias sindicales pero también políticas, como el levantamiento de las proscripciones del peronismo, la convocatoria a elecciones libres y la derogación de la legislación represiva. La participación de Duhalde y Ortega Peña sería una experiencia capital para ambos: en los grandes establecimientos, las tomas fueron verdaderos combates… ocupando la fábrica con los trabajadores y resistiendo con ellos, a veces largos días, los intentos policiales por desalojarlos.
Se producía así una relación directamente proporcional: a mayor participación de Rodolfo Ortega Peña en la cotidianidad de los trabajadores, más persuadido se sentía de su pertenencia al Plan de Lucha. Sin embargo, a mayor persuasión respecto del Plan de Lucha, mayor distancia tomaba de Vandor. Esto lo llevará a analizar, tal y como consta en la revista Compañero del 24 de Octubre de 1963: “para que fuera posible un peronismo sin Perón, es necesario que el peronismo se institucionalice, o que venga otro movimiento a reemplazarlo. Si no se dan estas condiciones, el peronismo sin Perón sólo significa la destrucción del peronismo”.
Hasta acá podemos evidenciar que su rol como abogado implicaba un claro rechazo a la práctica “liberal” de la profesión, y una acérrima defensa a un programa político antiimperialista y popular, con un irrenunciable compromiso con los Derechos Humanos. Sin desviarnos de más, entiendo oportuno mencionar así sea en un vuelo rasante que Ortega Peña ya en aquellos años de resistencia, analizaba la justicia argentina renunciando a concebirla simplistamente como una “justicia burguesa”. Entendía que caer en ese reduccionismo, implicaba no atender que la aparente independencia del poder judicial, “es la misma aparente independencia que la de un país semicolonial que parece gobernarse a sí mismo, y sin embargo cede a los lazos invisibles pero detectables del imperialismo” . 3 La actualidad de sus palabras es patente. Años después, en ocasión nada más y nada menos de tomar la defensa de los militantes fusilados en la Masacre de Trelew, dirá respecto del Camarón de Viamonte al 1100: “desconozco a este tribunal que va a juzgar a militantes populares, por inconstitucional. Su único objetivo es castigar a quienes enfrentan al imperialismo y arbitrariamente rechazaron todas nuestras medidas de prueba (...) Nuestra fe en el pueblo argentino nos da la seguridad de que no será necesario esperar al juicio de la Historia para que se haga Justicia” 4.
A comienzos de los ‘70, Ortega Peña y Duhalde estaban más involucrados en la resistencia a la dictadura que en la práctica profesional. Eran, ante todo, militantes. Y dentro de la militancia, su misión provenía de la explotación de su especial saber técnico: eran ante todo, profesionales. Pero profesionales con pertenencia al Movimiento Nacional, profesionales que no renegaban de entenderse a sí mismos trabajadores. Persuadidos como estaban de la vital importancia de la organización sindical, no se limitarán a asesorar a dirigentes sindicales, sino que también intentarán ejercer como tales, en lo que visualizo como una hermosa disputa de sentido.
Por aquellos años, los abogados en general se nucleaban en el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires (formado por partidarios de la Revolución Libertadora, el Ejército, la Iglesia Católica y por los grandes estudios jurídicos) y en la Asociación de Abogados de Buenos Aires (que agrupaba a los profesionales de clase media y a las firmas pequeñas, encabezada por Carlos Fayt). Calculo que no nos debe asombrar el hecho de que ninguno de los dos se pronunciaba sobre extorsiones y secuestros, ni sobre la represión que atravesaba la sociedad toda; pero tampoco se expedían respecto a la violencia que sufrían los abogados en su calidad de tales.
En ese clima de ausencia de representación, peligro latente, violencia política en aumento, en agosto de 1971 nació la Asociación Gremial de Abogados de la Capital Federal. Ya desde el nombre, con la incorporación del término “Gremial”, de origen más obrero que profesional, la nueva entidad se diferenciaba de las asociaciones tradicionales. Estaba integrada por cerca de ochenta abogados y llegó a tener trescientos afiliados, de los cuales a la fecha la proporción de muertos y desaparecidos se fija estimativamente en el cincuenta por ciento.
La Gremial reforzó su reclamo ante el gobierno militar de Lanusse para que dejara sin efecto las leyes represivas, la ley anticomunista, la pena de muerte y para que terminara con las torturas. Rodolfo lograba hacer del Derecho, que es esencialmente una disciplina de conservación social o funcional a la estructura económica, un instrumento a disputar para torcer su histórica característica de ser herramienta de opresión, y volcarla hacia la liberación. Y lo hacía de una manera muy concreta: ni retórica, ni teórica.
Problemas de honorarios, problemas en torno a la elección de las autoridades de la agrupación, resquemor por el reparto discrecional de las causas y por cuál era la postura que se debía adoptar ante la lucha armada y los grupos revolucionarios, fueron algunos de los factores que terminaron por polarizar la Gremial. Fundamentalmente, en cuanto a lo último. La división se encontraba entre quienes consideraban a la organización como una extensión de las organizaciones armadas, con un campo propio, el jurídico; y quienes seguían viendo en la Asociación la posibilidad de dar cobertura a los abogados que por su compromiso político defendían a los presos de la dictadura.
Narran dos biógrafos de Ortega Peña 5 que la primera quincena de agosto de 1972, en la sede sindical de los gráficos, la Gremial llevaba adelante la asamblea de renovación. Ortega Peña y Duhalde, promovieron con energía la “peronización” de la agrupación. Sin embargo, ante lo dificultosos del asunto, Rodolfo abandona el recinto al grito de “¡NOS VAMOS CON PERÓN!”. Poco después, crearon la Agrupación de Abogados Peronistas, de poca repercusión, dirigida por Ortega Peña, Hernandez y Kestelboim. Pero no abandonaron la Gremial.
Desde su trabajo intelectual, el Imperialismo, sus consecuencias internas y las posibilidades de liberación, serán un campo conceptual y una temática recurrente en todos los trabajos de Ortega Peña. No se trataba de un intelectual conjetural, sino de uno comprometido contra el coloniaje. Libros como Felipe Varela contra el Imperio Británico; Baring Brothers y la historia política argentina; el asesinato a Dorrego (poder, oligarquía y penetración extranjera en el 5 La Ley y las Armas, Felipe Celesia y Pablo Waisberg. Río de la Plata); Folklore argentino y revisionismo histórico (la montonera de Felipe Varela en el cantar popular); montonera de Felipe Varela por la toma de Salta; Reportaje a Felipe Varela; Facundo y la Montonera: Historia de la resistencia nacional a la penetración británica, entre otras producciones.
Pero también desde este costado intelectual, considerarán al movimiento obrero el sujeto histórico de la liberación. En Documentos de la Resistencia Peronista 1955-1970, de Roberto Baschetti, podemos observar que el primer documento de CONDOR (Centros Organizados de Orientación Revolucionaria, grupo político pensado junto con Hernández Arregui), subraya “la necesidad de constituir un centro ideológico activo, resuelto al desenmascaramiento implacable de todas las formas económicas y culturales del colonialismo”. Asimismo, el texto era taxativo cuando exigía a los adherentes fijar en sus programas “el papel hegemónico de la clase obrera argentina en esta guerra patriótica por la expulsión del imperialismo que oprime por igual a todos los Pueblos de la América Hispánica”.
Dirán Rodolfo y Eduardo al prologar el libro “Sindicatos y poder en la Argentina”, de Roberto Carri: “Hace unos años, hubiera sido difícil de imaginar que un universitario, asumiendo su condición de tal, pusiera sus conocimientos al servicio de la clase trabajadora. A partir de 1945, con la irrupción de las masas como protagonistas activas de nuestra Historia, a la vez que con la obra desarrollada por los pensadores nacionales, se sientan las bases para ese entronque de los intelectuales con el pueblo”.
Con el regreso de Perón del exilio, frente a la resistencia de parte de la comunidad académica a cómo venían llevando adelante sus cargos en la UBA, dirá Ortega Peña: “contribuir a enseñar verdaderamente historia, abandonar esa historia cristalizada, procolonial y al servicio de una mentalidad de dominación para tratar de transmitir conocimientos de los cuales surgieran abogados al servicio del pueblo (...) Hemos asumido la bandera de los combatientes muertos, que no han muerto en vano y cuya sangre debe hoy ser alimento (...) Nos hemos alzado para demostrar que el derecho es una técnica social, al servicio de una clase social: la trabajadora”.
En sintonía fina, al asumir como Diputado: “¡Sí, Juro! Y la sangre derramada no será negociada”. Así ingresó al Parlamento como uno de los reemplazo del “Grupo de los Ocho”, los legisladores de la Juventud Peronista que habían renunciado a sus bancas por las reformas al Código Penal que Perón propiciaba. Sin perjuicio de ello, luego de haber vuelto en el avión con Perón, y jurar como diputado, no integraría el bloque del FREJULI, y en cuatro meses que durará su rol parlamentario, se alejaría ideológica y políticamente del Movimiento más grande de Occidente.
Los anuncios de un posible atentado contra Ortega Peña eran cada vez más frecuentes. Sin embargo, la preocupación sólo estaba presente en su círculo íntimo, familiares y amigos, quienes le habían acercado un chaleco antibalas de plástico rígido y una custodia improvisada de cuatro compañeros que duró apenas una tarde. Rodolfo se resistía a cualquier operativo: “si me matan, no es lo más grave que pueda pasar. La muerte no duele”. Todavía no se había cernido sobre la Argentina el horror del terrorismo aprendido en la Escuela de las Américas y perpetrado por la sangrienta dictadura civico militar, y por eso pienso… cuán premonitoria es esa frase. Ser condenado a muerte, como los mártires de Chicago nos hubiera dado la posibilidad de saber dónde llorar a nuestros compañeros, a quienes aún hoy las Madres y Abuelas buscan incansablemente. Cuanto más dolor hay en la tortura que en la muerte misma. Cuánta razón tenía el Pelado.
31 de Julio de 1974. Causa N° 233/74, “Ortega Peña, Rodolfo David s/ víctima de homicidio”, Juzgado Federal N° 6, Secretaría N° 18. Rodolfo cenó con su mujer. Tomaron un taxi para regresar al hogar. Llegaron. Mientras él esperaba que su compañera descendiese, desde una ametralladora descargaron veinticinco proyectiles blindados Parabellum 9 milímetros. Los asesinos acertaron trece veces. Helena comentó más tarde: “Rodolfo cayó hacia mí, lo sostuve con mi cuerpo, lo abracé para cubrirlo, quise protegerlo”. Pese a existir una comisaría a dos cuadras, y a pesar del ruidoso ataque, los policías tardaron casi media hora en recorrerlas, hasta llegar a donde yacía el cuerpo del legislador de tan sólo 38 años. El presidente del bloque del FREJULI en Diputados, Ferdinando Pedrini entró a la comisaría y ofreció el Congreso para velarlo. Duhalde fue quien decidió no velarlo allí. DEBÍA SER UN SINDICATO. Y así fue que se armó la capilla ardiente en la sede de los gráficos. Trabajadores, estudiantes universitarios y militantes de las más variadas fuerzas políticas se reunieron a despedir a Ortega Peña.
La Triple A se adjudicó el crimen mediante un comunicado distribuido el 6 de agosto de 1974 y publicado en Noticias: “El día 31 de julio se ejecutó al agente del imperialismo ruso castrista Ortega Peña”. Se mofaron aquellos que como quienes vivaron al cáncer, celebran cada una de nuestras dolorosas muertes: en “Réquiem para un montonero”, lo tildaban de abogado zurdo y ladrón; o a todo lunfardo: “Hoy lo he visto, pobre punga / panza arriba en una morgue / con un zobala en el pecho / que le impide respirar / y vi dos solicitadas / en los diarios combativos / con el nombre del otario / y un te vamo a vengar”. Apreto los dientes, suspiro y pienso… Lo que es no haber entendido nada.
Durante su velatorio, la Policía Federal montó un operativo que incluyó tanquetas y personal del cuerpo de Caballería. Hubo tres intentos infructuosos de apoderarse del cajón y dispersar el cortejo. “La sangre / de Ortega / es lucha y es bandera” cantaban los militantes que a su vez, la policía iba deteniendo, luego de garrotazos, gases, escopetazos con balas de gomas.
“No tenía una vocación suicida o destructiva. Por el contrario, era profundamente vital. Amó tanto la vida que no vaciló en morir para que otros pudieran vivir más dignamente (...)” Dirá sin llanto, Eduardo Luis Duhalde como despedida, a los pies del cuerpo de su amigo, colega y compañero.
Cuánto me duele en el cuerpo, en mi propio cuerpo, cada vez que recorro la vida, la lucha, de un obrero o de varios, ya sean de la Argentina, de Latinoamérica o del mundo. Me duele de verdad, porque como Evita, aborrezco la injusticia y qué más injusto que tener que dar la vida por el pan. Cuan descarnada es nuestra historia en ese sentido. Y cuánto me vibra en el pecho la necesidad de sino ver, también darlo todo (cabeza, tiempo, cuerpo) en que el devenir natural de esto que comenzamos llamando tragedia, sea un romántica epopeya: “Composición literaria en verso en que se cuentan las hazañas legendarias de personajes heroicos, que generalmente forman parte del origen de una estirpe o de un pueblo”. Héroes y no mártires, diría el General Perón.

Referencias:
1 Mayo de 1964, Primer Número de La Unión Americana, órgano de difusión del Centro de Estudios Históricos Felipe Varela (fundado por Ortega Peña y Duhalde).
2 Frente a infundadas críticas de pasividad e indiferencia por parte del Movimiento, los autores ponen de manifiesto lo contrario. Es decir, exponen minuciosamente la tarea desarrollada por el equipo legal del gremio para encontrar a Vallese, entre otras: un hábeas corpus ante la Justicia Federal porteña, otro en La Plata; una entrevista con el director de Seguridad de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, y un nuevo recurso de habeas corpus ante el Juzgado Federal de San Martín. También mencionaba las visitas a la Unidad Regional San Martín y a la subcomisaría de Villa Lynch (en ambas negaron la la existencia de Vallese), la publicación de un comunicado denunciando el secuestro y las torturas, las entrevistas con los jefes de la SIDE y la Policía Federal. Además, la CGT recogió el problema en su congreso constitutivo y llevó el asunto a manos del Presidente de la República, Dr. Guido. Y se logró el pronunciamiento de casi todos los partidos políticos y de los órganos periodísticos.
3 1971, Cristianismo y Revolución. Nota: “La Justicia del sistema y la situación semicolonial”.
4 Exposición frente a la Cámara Federal en lo Penal, en el marco del proceso por el asesinato del General Sanchez, operación conjunta de FAR y ERP. Los imputados e imputadas: Graciela Yofre, Graciela Valle de Reyna, Jorge Reyna, Reinaldo Briggiler, Luis Gaitini.
5 La Ley y las Armas, Felipe Celesia y Pablo Waisberg.




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