Por Juan Pintos
Responsable de Megafón UNTREF y Secretario General del Centro de Estudiantes UNTREF
Organización Peronismo Militante Tres de Febrero
"Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus Estados a manufacturarse y todo su empeño es conseguir no sólo darles nueva forma, sino aun extraer del extranjero productos para ejecutar los mismos y después venderlos. Nadie ignora que la transformación que se da a la materia prima, le da un valor excedente al que tiene aquella en bruto…’’
Con estas palabras escritas en 1802 por Manuel Belgrano en el informe anual que realizaba como Secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires (cargo que ocupaba desde 1794), queda evidenciada la tensión existente entre dos modelos económicos, presente en estas tierras desde la época del saqueo colonial.
La puja entre dichos modelos, pensado en clave nacional a partir de 1810, marcará profundamente los ciclos económicos de la historia argentina: con distintas magnitudes, tales periodos estarán signados por el enfrentamiento entre un modelo industrialista que fomente la producción manufacturera local empleando mano de obra nacional para abastecer el mercado interno, contra otro que priorice la producción intensiva de materias primas para su comercio en el mercado mundial, y comandado por una minoritaria élite dueña de las tierras .
De la colonia a la ‘’República’.
Hacia mediados del siglo XIX, podíamos encontrar en el territorio argentino algunos focos de producción que sobrevivieron al atraso y monopolio colonial, ligados a la actividad agropecuaria. Tal es el caso del Norte Argentino (Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero) productor de curtiembres de distintos tipos de ganado, lanas, azúcar, harinas, y algunos productos más elaborados, como botas de cuero y tejidos de algodón, aunque en una porción minoritaria y para atender exclusivamente la demanda interna. También existía en Mendoza una creciente explotación de la industria vitivinícola y de frutas secas. En la pampa húmeda crecía en grandes cantidades el número de crías de ganado, lo que llevaba consigo -aunque no a la par - el aumento de emprendimientos dedicados al tratamiento de la carne y los cueros.
Las mejoras en las vías de transporte y comunicación tuvieron un papel fundamental en la actividad económica de la época. El desarrollo de las vías férreas, que conectaban varios puntos del país con el puerto de Buenos Aires, permitió el crecimiento de estos polos productores. En simultáneo, la llegada de inmigrantes europeos que traían herramientas y conocimientos técnicos, generaron las condiciones para la formación de grandes centros urbanos. A partir del año 1860 se destacan los emprendimientos de Bieckert, Bagley, Noel, Peuser, Bianchetti y otros inmigrantes.
Estos casos fueron pocos pero significativos. Si bien sus negocios se concentraron en bienes de consumo donde contaban con la cercanía del mercado, como alimentos, bebidas e imprenta, hubo algunos casos atípicos: fundiciones y talleres mecánicos (algunos de dimensiones considerables). Esto señala muchas posibilidades latentes de crecimiento no aprovechadas debido a la falta de políticas de promoción fabril.
El Modelo Agroexportador.
En las últimas décadas del siglo XIX se consolidó en Argentina un modelo de primarización de la actividad, que basó su “éxito” (en términos liberales de la economía) en los considerables valores de los que gozaban las commodities que el país generaba y la capacidad de producción de la tierra, que parecía no tener fin.
La disponibilidad de divisas para la importación de bienes, obtenidas de las masivas exportaciones, permitió mantener satisfecha la demanda interna de productos elaborados por un tiempo. Pero el crecimiento demográfico y urbano, con su correspondiente aumento del consumo, comenzaron a generar un déficit preocupante en las cuentas externas del país, sumado a una agobiante deuda que le ponía el pie encima a la economía desde las épocas de Rivadavia. Estos factores comenzaron (casi sin buscarlo) a generar las condiciones para que algunas industrias puedan evolucionar en lo que respecta a técnicas y metodologías.
En el rubro alimenticio se observaron los mayores crecimientos: los saladeros fueron reemplazados progresivamente por los frigoríficos y, al ser la mayoría de capitales ingleses, el destino de las exportaciones fue mayoritariamente Gran Bretaña. En pocos años se asentaron en las afueras de la Ciudad de Buenos Aires varios establecimientos con capacidad para procesar grandes cantidades de carne. Los principales focos frigoríficos estuvieron en Avellaneda, La Plata y en la zona de Zárate-Campana.
La comercialización de productos derivados de la actividad agrícola también resultó beneficiada. La demanda en el mercado interno generó que varios rubros empezaran a ver el negocio en el procesamiento de la materia prima, y no sólo en su comercio en bruto. Acá podemos destacar la producción de cerveza nacional (con Quilmes a la cabeza a partir de 1890), de harinas, galletitas, lácteos, entre otros.
Todos estos ejemplos de evolución en el procesamiento de la materia prima tienen varios aspectos en común: son consecuencia de la tecnificación de rubros preexistentes, procesaban la producción agrícola-ganadera local, ofrecían productos de consumo inmediato y enfocado al mercado interno (con excepción de contados productores de carne). Pero además, se consolidó una tendencia en la organización del mercado: la concentración de la producción y comercialización en enormes oligopolios. Unas pocas empresas (casi todas de capitales extranjeros) dominaban el mercado interno de productos alimenticios, obteniendo una fuerza importante para imponer precios y criterios de producción, que no tenía en cuenta las necesidades de una población cada vez más grande, sino que solo se guiaba por los réditos económicos.
Durante la última década del siglo XIX y la primera del XX, se instalaron en Argentina emprendimientos textiles de gran talla como la Fábrica Argentina de Alpargatas y La Primitiva. La ropa que usábamos los argentinos comenzaba a fabricarse en grandes cantidades en el país. También se pueden destacar la fabricación de sanitarios (Ferrum data de esa época), metalúrgica (TAMET y La Cantábrica), fósforos (Fábrica General de Fósforos), mosaicos, cal, cemento, entre los distintos rubros que comenzaron su camino en la fabricación nacional. Si bien la producción y comercialización de lo “hecho en Argentina” aumentó, la matriz productiva padecía la desventaja técnica y la nula protección e incentivo por parte del estado nacional, que obligaba a las producciones locales a medirse contra bienes fabricados en el exterior, más sofisticados y con precios muy competitivos.
El crecimiento de la participación fabril en la economía lo podemos observar volcado en los censos realizados en el periodo: el censo realizado en 1887 arroja que había instalados 4.200 establecimientos fabriles en el territorio nacional, de los cuales solo 560 contaban con fuerza motriz (indicador esencial de la producción industrial), siendo esta de 6.000 HP. Para 1914, la cantidad de establecimientos ascendía a 48.000 establecimientos, empleando a 400.000 obreros y teniendo una fuerza motriz de 270.000 HP, lo que demostraba la dimensión del cambio.
Industrialización por sustitución de importaciones.
El inicio de la primera guerra mundial conmovió la economía global. Las potencias fabricantes de bienes de capital habían avocado todo su aparato productivo al conflicto bélico, por lo que países como el nuestro, que no fabricaban las maquinarias con la que se producían los bienes y servicios, debían adaptarse o parar la actividad.
Esta situación llevó al gobierno de Yrigoyen a instalar la denominada ‘’Industrialización por sustitución de importaciones’’. Esta política se dedicó a reemplazar, en el mayor arco posible, las importaciones de bienes que potencialmente se podían producir dentro del país. La misma se ejecutaría a través del incentivo estatal de los rubros considerados estratégicos, otorgando créditos, fomentando la inversión (local y extranjera) en proyectos e investigaciones industriales, estableciendo restricciones aduaneras a los productos que podían competir a los fabricados acá, entre otras medidas.
El contexto de guerra mundial y la demanda del mercado interno permitieron que varios sectores tuvieran un considerable crecimiento en lo que refiere a su capacidad productiva y a sus procesos de fabricación. En el sector metalmecánico, podemos resaltar la creación y entrada al mercado nacional de una empresa icono de la industria argentina: SIAM. Con sus comienzos en la fabricación de amasadoras de pan en 1911, SIAM crecería a un acelerado ritmo durante las siguientes décadas, diversificando ampliamente su producción en pocos años. Le bastaron solamente 30 años de actividad para convertirse en la empresa metalmecánica más importante de Sudamérica.
En el rubro petroquímico podemos situar el punto de inflexión en la creación de YPF, en 1922. La concepción de autoabastecimiento energético pasó a tener importancia estratégica para la Nación y, con ese objetivo, YPF comenzó el camino de la ampliación y el desarrollo bajo la tutela del Gral. Enrique Mosconi. La creación de la petrolera estatal (la primera empresa petrolera estatal integrada del mundo) no sólo permitió avanzar en el camino de la soberanía energética, sino que también impulsó el crecimiento técnico y productivo de un sinnúmero de empresas más pequeñas que pasaron a proveer a YPF de insumos y servicios. Todo esto generó un ciclo virtuoso del desarrollo de la industria nacional en ciertas ramas.
Así vemos como en plena ejecución del modelo agroexportador resurgen con fuerza las ideas industrialistas de las que hablaba Belgrano hace 120 años.
A pesar de todo esto podemos destacar dos cuestiones importantes: una es la insuficiencia del modelo de sustitución de importaciones, que aunque incorporó importantes factores industriales con positivas repercusiones en la matriz productiva, no pudo sortear los problemas estructurales de la economía argentina, como el atraso tecnológico y la carencia de divisas para la importación de los equipos más avanzados.
La otra conclusión que podemos observar es la importancia que tiene el estado a la hora de impulsar el desarrollo de un valor estratégico como lo es la industria. Fue la primera vez que hubo una injerencia directa y medianamente fuerte del estado en la matriz productiva del país, mas no sería la última.
Durante la denominada “Década infame”, podemos destacar las inversiones estatales realizadas sobre la producción militar. Se crea la Fábrica Militar de Aviones y la Fábrica de pólvora y explosivos, ambas con sede en Córdoba. Poco a poco, la provincia iría posicionándose como uno de los principales polos metalmecánicos del país. Es también en este periodo que varias empresas adquieren un tamaño demasiado grande para el mercado local y salen a jugar en el latinoamericano. Son los casos de SIAM, Bunge & Born y Alpargatas, que realizaron inversiones en distintos países para intentar captar esos mercados.
El periodo post guerra.
Es recién a partir de la década del 40 que en Argentina se empiezan a conjugar, con cierto nivel de solidez, las condiciones para empezar a pensar en un desarrollo industrial coordinado y que vaya en consonancia con las necesidades de la economía y de la sociedad argentina.
El contexto de la II Guerra Mundial dispara, mientras dura la guerra, las exportaciones industriales argentinas. Las mismas pasaron del 5% del total de las exportaciones en 1940, al 19% en 1945. La entrada de Juan Domingo Perón a la política nacional marcaría un antes y un después en el rol que tomaría el Estado para fomentar el desarrollo de las actividades productivas que dan valor agregado a las materias primas.
Ya con Perón como presidente se establecieron las bases de su futura política económica: el rol preponderante del estado como regulador de las desigualdades presentes en el mercado capitalista; el nacionalismo económico como doctrina para el crecimiento de La Patria y sus habitantes; el sostenimiento del mercado interno como uno de los motores de la economía; y el papel central de la industria en la generación de empleo y productora de bienes exportables.
Perón afirmaba que en 1810 el país había logrado la libertad política pero no la independencia económica, y sería la actividad industrial la que diversificaría la matriz productiva para así romper con el lugar asignado de ‘’Granero del mundo’’ en la División Internacional del Trabajo.
En una propuesta totalmente integradora, Perón presentó el Primer Plan Quinquenal, que en lo que refiere a industria sentó las estructuras para un modelo de crecimiento que permitiera a las clases más postergadas acceder un empleo formal, de calidad y con perspectiva de crecimiento.
La nacionalización del Banco Central permitió al gobierno tener los resortes para implementar una expansiva política de créditos para el sector fabril. Estas políticas resultaron en un periodo de crecimiento exponencial en la cantidad de obreros, la participación del sector industrial en el PBI y la complejización de una amplia variedad de ramas industriales, entre las que podemos mencionar la petroquímica, automotriz y aeronáutica, donde empresas estatales o con participación del mismo pasaron a diseñar y fabricar sus exponentes en el país, con un gran porcentaje de insumos locales.
La caída de las exportaciones en un mundo que volvía al proteccionismo después de la guerra, el bloqueo tecnológico promovido por Estados Unidos, las debilidades estructurales de la economía argentina y un clima político-social de violencia en ascenso, llevaron al Golpe de Estado de 1955 que depone al gobierno democrático de Juan Perón.
Sin democracia no hay desarrollo.
Se inicia en 1955 un periodo que buscará arrasar con todo registro de peronismo, incluso con sus logros económicos. La política económica, y con ella el direccionamiento de la industria argentina, estarán totalmente condicionados por los acuerdos firmados con el FMI y con entidades de crédito internacionales.
Las dictaduras y gobiernos pseudo-democráticos que siguieron tuvieron una política de apertura hecha a la orden del sistema financiero internacional, en un mundo donde se estaba gestando el cambio de paradigma económico hacia la especulación financiera.
Aún así, gracias a la presencia de una considerable base instalada, de un mercado interno demandante, de una mano calificada y de la política de la apertura de los directorios de las empresas o privatizaciones, llegan inversiones extranjeras que generan el crecimiento de la actividad de algunos rubros. En el sector petroquímico, YPF recibió inversiones extranjeras (principalmente de origen estadounidense) que permitieron triplicar la producción de petróleo y gas en pocos años. En el sector automotriz se incentivó la inversión extranjera industrial. Por esto, se instalaron en el país una gran cantidad de fábricas de automóviles, en su mayoría de origen norteamericano y europeo. La entrada de capitales extranjeros en masa a la estructura industrial argentina tuvo un primer impacto positivo, ya que generó puestos de trabajo bien remunerados y un incipiente ciclo virtuoso de la economía -en ciertas áreas -. Más allá de esto, los términos de los contratos firmados eran insuficientes a la hora de pensar en un cambio estructural de la matriz productiva nacional. Un gran porcentaje (que en pocos casos era de menos del 50%) de los autos fabricados en el país seguían utilizando insumos importados, por lo que continuaba la sangría de divisas de las arcas nacionales. Tampoco significaban una entrada, ya que los automóviles terminados sólo podían venderse desde las casas matrices radicadas en el país de origen de la empresa.
Este manejo de la economía se mantendría hasta 1973, año en que el Gral. Perón volvería a gobernar la Nación. Consigo traía nuevamente un proyecto de país industrialista, con una concepción actualizada sobre la economía mundial. Pero dicho proyecto quedaría trunco por la pronta muerte del General.
Un contexto de violencia social y política precedió el golpe de estado del '76, el cual ancló su proyecto -ideado en el Norte- en la desindustrialización de la Patria y la especulación financiera. Se abrió así el período más oscuro de la historia argentina.
Caída en picada.
El llamado Proceso de Reorganización Nacional implementó el más despiadado terrorismo de estado, poniendo todas las herramientas estatales disponibles para la persecución, secuestro, tortura, muerte y desaparición de personas. Al mismo tiempo, el manejo de la economía nacional era entregado en bandeja al sistema financiero internacional.
La masiva quita de restricciones arancelarias para productos con un alto grado de sofisticación y bajo costo, una brutal devaluación, la carencia de créditos para la producción, la disminución de la demanda con el consecuente enfriamiento de la economía, fueron algunos de los resultados de la política neoliberal que destruyeron la capacidad productiva instalada en el país. La necesidad constante de dólares para el pago de deuda e importaciones hizo que la deuda externa se sextuplicara durante el período de la dictadura. Incluso con la vuelta de la democracia, el gobierno de Alfonsín jamás pudo tener el control real de la economía. Las empresas argentinas aprendieron a sobrevivir (con un margen cada vez menor) en medio de frecuentes crisis económicas y una alta inflación constante.
El cambio de gobierno adelantado en 1989 terminó de consolidar el neoliberalismo. La convertibilidad puso a competir de igual a igual a los productos argentinos contra los fabricados en las principales potencias mundiales, llevando al quiebre a miles de empresas nacionales en pocos años, o a privatizaciones, ante la incapacidad de afrontar los compromisos adquiridos.
La mayor parte de la inversión extranjera directa fue dirigida al capital financiero, para obtener réditos de la especulación y no de la de actividad productiva. Las inversiones destinadas al sector productivo las recibieron las grandes empresas transnacionales que mantenían el monopolio en sus rubros, por lo que sólo se veía beneficiado un minoritario sector empresarial, concentrado principalmente en el rubro alimentario y de servicios.
La adicción a la deuda externa de los sucesivos gobiernos llevó a que se desarrolle la peor crisis económica de la historia, en el año 2001. Un estado con compromisos en el corto plazo que no podía pagar; una economía totalmente paralizada, y una población que ya no podía soportar un ajuste más, fueron algunos de los motivos de la crisis que costó la vida de compatriotas y dejó la economía en default.
La vuelta del proyecto nacional y popular.
Luego de haberse sorteado la crisis política, y consumado el fin de la convertibilidad con la posterior megadevaluación, asume Néstor Kirchner el gobierno en el año 2003. El periodo kirchnerista puede segmentarse en dos períodos claramente marcados: uno de constante crecimiento, donde la producción agrícola-ganadera gozó de buenos precios a nivel internacional, y otro de desaceleración del crecimiento.
El periodo 2003-2012 estuvo marcado por un rápido crecimiento de la economía. El contexto mundial del primer periodo permitió al gobierno disponer de las divisas para cancelar sus compromisos internacionales. En 2005, por decisión política del presidente Néstor Kirchner, Argentina canceló de un pago su deuda con el FMI: después de 50 años, nuestro país volvía a ser soberano de su economía. El direccionamiento estatal de la economía, con foco en la producción para la exportación y un mercado interno que rápidamente se recuperaba, generaron las condiciones para que las fabricaciones argentinas tuvieran un crecimiento poco visto durante la historia. Una expansiva política de créditos, subsidios y exenciones fiscales, asistencia técnica a empresas (principalmente a las pymes) para mejoras en los procesos productivos, y políticas arancelarias protectoras de la industria local fueron algunas de las medidas que tomó el estado nacional para incentivar la fabricación nacional.
Argentina pronto se volvió a encontrar con los problemas estructurales para el crecimiento que se arrastran desde hace 200 años. La incapacidad de fabricar ciertos productos y bienes de capital (hoy en día también hay que hablar de cierto déficit alrededor del software), llevan a una salida constante de reservas internacionales que a nuestro país le cuesta generar. En un contexto de restricciones al crédito internacional, la ex-presidenta Cristina Fernández de Kirchner finalizaría su mandato registrando menores aumentos en la tasa de crecimiento de la actividad industrial en comparación con los índices de sus primeros 6 años al frente del país.
Apuntes para el futuro.
Este repaso por el camino histórico transitado por los sectores productivos desde el siglo XIX hasta el 2015 es una viva imagen de los vaivenes políticos producto de la puja entre dos modelos de país.
Como desarrolló de forma muy clara Perón, la clave para romper con las cadenas de esclavitud que nos quieren imponer a través de la economía es generar un modelo de país exitoso e independiente en lo económico, socialmente justo y políticamente soberano. Únicamente teniendo el control del estado y la capacidad de tomar nuestras propias decisiones en lo que respecta a la economía seremos capaces de trazar un horizonte común para construir ese proyecto de país que El Viejo tituló ‘’Modelo Argentino para el Proyecto Nacional’’.
Es imperante romper con esa idea instalada de que ‘’Argentina debe ser el granero del mundo’’ para poder ocupar el verdadero lugar que nos merecemos dentro del tablero político latinoamericano y mundial. Ya se dieron sobradas muestras a lo largo de la historia de que tenemos los recursos naturales y la capacidad humana para lograr la consolidación del proyecto propio, que termine con el concepto liberal de ‘’crecimiento’’, que lejos está de ser sinónimo de desarrollo e inclusión.
Para esto es necesario tener tres condiciones fundamentales: un gobierno políticamente fuerte, capaz de implementar los cambios necesarios en la matriz productiva y que no ceda ante las tensiones que los grupos económicos naturalmente generarán, al sentir la amenaza de un modelo redistributivo que apunte a la justicia social; un estado sólido y eficiente, que pueda dar respuesta ante los inconvenientes que se presentan en una economía que, para desarrollarse, necesita una inversión que quizás no sea recuperada en el corto plazo; y un consenso social que incluya a la mayor parte de la población posible.
El gobierno iniciado en 2019 parecería cumplir con la primera y ser capaz de generar las dos siguientes. Es nuestro deber, como militantes del movimiento que le ha dado a La Patria varios de sus días más felices, no perder el destino trazado por el pueblo, materializado gracias a la capacidad realizadora de Perón, y que llega a nuestra generación como un mandato histórico que juramos cumplir, y hacer cumplir a quien le toque gobernar.
Comentarios
Publicar un comentario