¿Somos progresistas? | Por Tomás Cimmino

Por Tomás Cimmino
Miembro de la Secretaría de Formación Política
Organización Peronismo Militante Tres de Febrero



En el marco de la conferencia brindada en CLACSO en Noviembre de 2018, la conducción estratégica del movimiento nacional y popular, Cristina Fernández de Kirchner, se refirió al conjunto de los procesos latinoamericanos que gobernaron la región durante el siglo XXI como “gobiernos progresistas”. Sin embargo, es común en nuestros días escuchar el término como algo peyorativo, insultante, denigrante. “Progre” se volvió, en algunos sectores, un golpe bajo para un militante peronista. En búsqueda de lograr una síntesis superadora entre un progresismo liberal atado a la agenda internacional y un conservadurismo reaccionario de tintes fascistas, siempre es necesario traer a Perón. Se propone indagar en nuestra Doctrina en pos de comprender cuales son los puntos que tenemos en común y cuáles en conflicto con la agenda progresista como herramienta para comprender la realidad actual, que plantea un escenario de neoliberalismo o progresismo.


La Doctrina del Pueblo Argentino cuenta tanto con una base material como con una base espiritual. La felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación, los fines últimos de nuestro Movimiento, son las consignas sintéticas de estos dos factores —felicidad como valor espiritual, grandeza nacional como producto del desarrollo material—. Dentro del plano material se concibe a todos aquellos derechos y conquistas que posibilitan una vida digna para todos nuestros compatriotas. Desde poner un plato de comida en la mesa de cada argentino hasta el desarrollo económico-tecnológico-científico nacional. Sin embargo, diferenciándose del materialismo, Perón no concibe la realización del hombre a través del acceso a bienes materiales. Estos son solo una condición para esa realización, un medio para la felicidad del Pueblo. Nadie puede realizarse sin poder darle de comer a sus hijos, claro está. La base material no deja de ser un factor condicionante para esa realización, pero no es su motor. El peronismo pone el capital al servicio de la economía, y ésta al servicio del Pueblo y su felicidad. El hombre, para Perón, encuentra su realización a través de principios y valores espirituales. Que cada argentino pueda encontrar su función en la comunidad será la forma de potenciar aquello que los filósofos clásicos llamaban virtud, y a su vez profundizará el lazo social comunitario donde la solidaridad prevalece sobre el egoísmo individualista. El fin último de nuestra Comunidad Organizada es que cada Argentino pueda realizarse en una comunidad que se realiza. Así se sintetizan dos valores humanos fundamentales que la guerra fría entre los Imperios suponía antagónicos: la libertad y la igualdad. En síntesis, somos un movimiento profundamente espiritual, basado en principios y valores. Nuestro fin último es la felicidad del Pueblo Argentino, que es más que la distribución de la riqueza material.

He aquí uno de los puntos de conflicto con el progresismo. Si bien propone cambios en la base material que tienden hacia la redistribución de la riqueza y la justicia social, éstos pasan por alto el plano espiritual. Desde esta mirada, todos los Pueblos son iguales, anhelan lo mismo y con la simple distribución de los bienes materiales van a encontrar la justicia social. Así, los Pueblos no tienen alma.
Nosotros, en cambio, soñamos con la Comunidad Organizada, donde cada Pueblo y cada compatriota es dueño de su propio destino, y esos derechos materiales van acompañados de un robustecimiento del lazo solidario y fraternal que convierte al yo en un nosotros y consolida la categoría de Pueblo-Nación. De poco sirve un programa político basado en conquistas materiales si reproducen la lógica individualista del yo-tener por sobre todo lo demás. Cada conquista debe ser pensada desde la propia idiosincrasia y espíritu de nuestro Pueblo Argentino, para que se fomenten los valores de la solidaridad, el amor y la igualdad por sobre el egoísmo y la meritocracia. Sin tener en cuenta la base espiritual, se brindan derechos materiales a una sociedad cada vez más egoísta, aislada en su individualidad. Y aquí, no hay comunidad posible.

De este contrapunto filosófico se deriva el problema del método. La falta de comprensión del espíritu del Pueblo conduce a imponer una agenda de “políticas públicas” construída en culturas foráneas que se pretenden universales, desde una lógica individual y vanguardista, “adelantada”, puramente racional, que señala al Pueblo lo que tiene que hacer, pensar y sentir. En este caso, un sector privilegiado de la sociedad marca la agenda y el ritmo de la construcción política, discursiva y moral. El método peronista es el opuesto: escucha, comprende y comparte -porque es parte de él- el sentir del Pueblo, y desde ese lugar, y a su tiempo, construye un proyecto político acorde a sus necesidades, virtudes y sueños —porque nuestro proyecto no se agota en lo que el pueblo necesita, sino también, y fundamentalmente, en lo que sueña—. Desde un discurso simple y cotidiano, con la moral y tiempos del Pueblo, con su organización y participación, y con la conducción de quien mejor sintetice ese sentir, esa fé y ese amor, se construye un proyecto político de Liberación Nacional. Y éste no será un proyecto verdaderamente revolucionario si no es producto de un proceso colectivo, donde se eleven los niveles de conciencia y se persiga la liberación nacional con la fuerza del Pueblo organizado. Eso no se logrará nunca a través de la imposición de una agenda importada que encuentra un pie de apoyo en una moral de clase media intelectual —y europeizada— aislada del sentir popular. Así lo explicó Perón en La Comunidad Organizada: “Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de sus individualidades y el sentido con que se disponen a engendrar en lo colectivo. A este sentido de comunidad se llega desde abajo, no desde arriba; se alcanza por el equilibrio, no por la imposición”. En otras palabras, y a modo de síntesis, el progresismo piensa en derechos individuales a través de la imposición de una moral ajena, mientras que el peronismo construye derechos colectivos/sociales con la fuerza y la participación del Pueblo organizado.

Y he aquí el último punto de discordia que me interesa tratar. Esta diferencia en el método concluye distintas formas de articular y construir nuestro programa de gobierno. Mientras que el progresismo se basa en una agenda de derechos -como ya dijimos: materiales, individuales, con pretensión de universalidad y “adelantados al Pueblo”- el peronismo encauza sus políticas en un Proyecto Nacional. No es lo mismo brindar derechos a la ciudadanía de forma desarticulada, partiendo de una abstracción universalizante, sin una coherencia de trasfondo ni un sustento popular; que encauzar todas esas conquistas en un horizonte superior que lo cargue del sentido y la fuerza de dos siglos de lucha. Y ese sentido, como peronistas, lo tenemos claro: queremos un Proyecto Nacional de Liberación. Y esa liberación estará consolidada cuando tengamos un Pueblo feliz, y una Patria grande. Soñamos con una Comunidad Organizada con valores solidarios, de amor e igualdad. El sentido de cada agenda de derechos y conquistas sociales debe tener como trasfondo estratégico estos fines. Dicho en otros términos, volvemos a la contradicción principal: cada política, decisión o conquista debe tener como finalidad ser cada vez más Patria, y cada vez menos colonia. Y como dijo Cristina, la Patria es el otro. No hay Patria sin la construcción de un Pueblo unido en amor y solidaridad. De otro modo, caemos en una agenda de concatenación de derechos individuales sin ningún objetivo colectivo superior detrás.

Incorporando todo este bagaje, podemos ahora retomar a Cristina en CLACSO. Teniendo en cuenta que se hallaba dando una conferencia hacia un público notoriamente progresista, y comprendiendo que estaba haciendo política, es decir, persuadiendo (acomodando su lenguaje al público) la conducción dejó un mensaje claro y contundente.

“Como espacio progresista, debemos acostumbrarnos a no presentarnos como la contra sino como el espacio político, de ideas, de visión, de perspectiva económica y social que excede la categoría de izquierdas y derechas para ingresar en una nueva categoría de pensamiento: es la de Pueblo”

“Se operó sobre la sociedad para romper los vínculos de solidaridad. Así operó el neoliberalismo”

"En nuestro espacio hay pañuelos verdes y celestes. Tenemos que aprender a aceptar eso, sin llevarlo a la división de fuerzas. La división no puede ser entre los que rezan y los que no rezan. Es una mala división, que no es nacional ni popular. Esa división es un lujo que no nos podemos permitir.” 


Si sabemos leer la letra chica, más allá de la categorización que usa Cristina, el trasfondo es una clara bajada de línea: con las abstracciones ideales del progresismo académico no alcanza. Hace falta peronismo. El neoliberalismo opera para la destrucción del lazo social, esto es, la base espiritual de la Nación. El progresismo debe comprender que más allá de las agendas de derechos individuales —que pueden ser muy válidas y justas— prevalece el topo de la historia: un nosotros que tiene otras lógicas, otros sentires y otros tiempos que los que dicta la agenda internacional globalizante. Para ser parte del Movimiento —el cual siempre tendrá sus puertas abiertas— debe primero volverse parte del Pueblo (porque ¿qué es el Movimiento sino el Pueblo organizado?) Y para eso, debe resignar parte de su utopía individual intelectualizada y dejarse llevar por la realidad descarnada del subsuelo de la Patria para sublevarse. Creo que eso es lo que quiso marcar Cristina: construyamos un nosotros sin exclusiones, retomemos una categoría de Pueblo que recupere el sentido de la comunidad y la solidaridad, dejando atrás falsas antinomias, para hacer frente a la única contradicción que siempre sigue latente: Patria o Colonia.

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